De todas las repuestas que jamás yo he recibido a mis preguntas, las respuestas más desagradables han sido âDe eso no se puede hablarâ porque, lejos de ser una respuesta, esa frase oscila entre una actitud escapista, algo de condescendencia y mucho de ignorancia, haciendo imposible el pensamiento y el diálogo.
Pero ¿por qué âde eso no se puede hablarâ? Si quien expresa esa afirmación fuese honesto, debería decir algo así como âEse es un tema que, en el marco de nuestras creencias, valores y doctrinas, preferimos evitar o debemos evitarâ.Â
Sin embargo, tal nivel de honestidad no existe, y, por el contrario, la afirmación âDe eso no se puede hablarâ se repite en una miríada de variaciones, incluyendo âEsas preguntas no se hacenâ y âLas cosas son como son y así hay que aceptarlasâ.Â
Es verdad que mi mentor nunca respondía a mis preguntas, pero lo hacía como un método didáctico y pedagógico, del que él era plenamente consciente, para guiarme desde la ignorancia reflejada y expresada en mis preguntas hasta un mejor entendimiento de las preguntas que hiciese que esas preguntas se volviesen obsoletas y otras surgiesen, repitiendo el ciclo.
Pero no estoy hablando de no responder como una forma de elevar la conciencia del interlocutor, sino de no responder como una forma de terminar todo diálogo o por lo menos de restringirlo a límites reducidos, es decir, a los límites del pensamiento propio, acríticamente adquirido y considerado en muchos casos como los límites mismos de la realidad.
En ese contexto, todo criticismo y desafío de lo âya sabidoâ resulta inaceptable. Por eso, preguntas teológicas, filosóficas, políticas, históricas o sobre temas controversiales, desde sexualidad hasta eventos paranormales, resultan inadmisibles dentro de ciertos paradigmas.
Pero los paradigmas van y vienen, como magistralmente lo explicó Thomas Kuhn, y, por eso, aquellos temas de los que âno se debe hablarâ sirven como indicaciones de los límites del paradigma y como señales o semillas del nuevo paradigma.Â
Es decir, una mirada atenta a los temas prohibidos es una mirada atenta al horizonte de la realidad imperante y al nuevo amanecer más allá de ese horizonte. Esa mirada atenta, aunque profundamente contemplativa, también es profundamente activa, es un llamado a la acción. Y no es solamente una mirada, ya que también implica escuchar lo dicho y no lo dicho.Â
Sinceramente me desagrada pensar en la cantidad de veces que, en mi niñez y adolescencia, las respuestas a mis preguntas fueron âDe eso no se hablaâ. Sólo puedo imaginarme cuán distinta hubiese sido mi realidad y mi futuro si las respuestas hubiesen sido: âEsa es una buena pregunta. ¿Por qué no buscamos la respuesta juntos? O, âDesconozco la respuesta, pero no dejes de preguntarâ.Â
Sea como fuere, imponer límites al diálogo y al preguntar, controlar el discurso y la narrativa, determinar de qué se puede hablar y de qué no se puede hablar significa limitar nuestra propia humanidad. Y eso debe y merece ser cuestionado, porque de eso sí debemos hablar y hacer preguntas.Â
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