Recientemente, al final de una presentación sobre temas comunitarios, una de las participantes me dijo: âTú eres una leyenda en esta ciudadâ. Aunque aprecio las amables palabras de esa participante, el error de esa apreciación no solamente es obvio, sino grave: no soy una leyenda ni pretendo serlo. Pero esa frase me dejó pensando.
Si entienda âleyendaâ en el sentido de alguien famoso, conocido, o destacado (como cuando se habla, por ejemplo, de âuna leyenda del deporteâ), ciertamente no lo soy ni jamás calificaré para esa categoría.Â
Pero si se entiende âleyendaâ de una manera más literal, es decir, retornando a su sentido etimológico, podría entonces decirse que todos somos una âleyendaâ o estamos invitados a serlo, porque âleyendaâ viene del latín y quiere decir (aproximadamente) âcosas que se pueden o deben leerâ. Ahora bien, no estamos hablando de leer libros, sino de otro tipo de lectura.Â
âLegereâ, en latín, no significa âleerâ en el sentido habitual de esa palabra, sino más bien âcolectarâ. De hecho, como se ve, âcolectarâ y âlecturaâ tienen la misma raíz, âlecâ, que significa algo así como âreunir de tal manera que lo que se reúne pueda ser entendido e interpretadoâ. A su vez, âlecâ se conecta con el griego âlogâ, como en âlógosâ.Â
En ese contexto, âleyendaâ entonces se refiere a aquellos elementos de la existencia, materiales o inmateriales, reales o imaginarios, que se han reunido y conectado de alguna manera que se vuelven inteligibles, o por lo menos así los percibimos.Â
Esa interconexión entre los distintos elementos de la existencia no es inmediatamente evidente o patente, es decir, hay que âleerla entre líneasâ. Y esa capacidad de leer (legere) entre (inter) líneas es lo que llamamos âinteligenciaâ (inter-legere). La conexión entre âleyendaâ e âinteligenciaâ es clara.Â
La leyenda, entonces, es el resultado de haber leído la realidad entre líneas hasta hacerla comprehensible y, para poder compartir esa realidad, la âlecturaâ así hecha se vuelve una narración, una historia. Cuando esa historia se repite de generación en generación y, por eso, guía la vida y las decisiones de las personas, se transforma en âleyendaâ, o mythos en griego.
Dicho de otro modo, la leyenda, cuando la analizamos con cierta profundidad, no es un cuento del pasado sin base alguna ni una mentira repetida a la largo de la historia. Ni tampoco es solamente un manto de fama o una popularidad de la que todos hablan. La leyenda es haber âleído la realidadâ hasta encontrar sus interconexiones y hacer de esa lectura una historia.Â
Quizá por mi trabajo como periodista o como educador (es decir, por mi trabajo de contar historias) alguien, con las mejores intenciones, haya asumido que lo que yo hago es âlegendarioâ, y hasta cierto punto lo es, si lo entendemos como buscar y compartir aquellas conexiones que solamente existen âentre líneasâ. Pero no soy una leyenda.
Una cosa es cierta: como alguna vez me enseñó un anciano. uno comienza leyendo libros y termina leyendo personas. En ese sentido, todos somos leyenda.
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