Recientemente tuve el privilegio de hacer una presentación comunitaria sobre el futuro emergente y esa presentación me permitió escuchar una vez más una larga lista de excusas que invocamos (porque yo me incluyo) para negarnos a ser parte del nuevo futuro y para escondernos en un pasado que sólo existe en nuestra nostálgica imaginación.
âNo entiendo nada sobre la inteligencia artificialâ, expresó uno de los participantes. Le pregunté entonces qué había leído o escuchado sobre la inteligencia artificial, y me respondió: âNada, porque no entiendo nada. ¿Para qué voy a leer?â
En otras palabras, no entiende nada sobre el tema porque no se ha informado sobre ese tema, pero a la vez no se ha informado porque asume que no entiende nada. Un interesante círculo de excusas que con cada repetición se vuelve a la vez más profundo y menos visible.
Y luego otro participante comentó: âYo no puedo ahorrar porque no tengo dineroâ. Obviamente, no tiene dinero porque no puede ahorrar, pero esa segunda parte de la ecuación no fue mencionada y probablemente no fue tenida en cuenta por el participante en el encuentro como algo inseparable de lo que ya había dicho.
Además, se repitieron conocidas excusas que amablemente buscan racionalizar y justificar mantener la mente, el corazón y la voluntad cerrados. âEso no es lo que me enseñó mi abuelaâ, aseveró una persona. âMi pastor (sacerdote) dice que noâ, enfatizó otra. âMi hijo me dijo que no es asíâ, declaró alguien más.
Preguntarles â¿Y usted qué piensa?â resultó equivalente a pedirles que repitiesen las mismas excusas que ya habían expresado. Y allí seguían y seguíamos, tan encerrados dentro de la caverna de nuestros propios pensamientos como aquellos desdichados encerrados dentro de la famosa caverna de la que hablar Platón en La República.
Alguien dijo que la mayor adicción moderna no es la adicción a las drogas o los vicios, sino la adicción a nuestros propios pensamientos. Y es verdad. Nos volvemos adictos a nuestros propios pensamientos y, como toda adicción que se precie de tal, ni siquiera sabemos que somos adictos.
Damos vueltas en círculos dentro la cámara del eco para escuchar una y otra vez lo que pensamos, con la paradoja que los pensamientos no pensados, es decir, aquellos aceptados acríticamente, son los que aceptamos porque se adecuan a nuestras necesidades o a nuestra realidad. Y por eso los llamamos âverdadâ.
Pero el nuevo futuro exige desafiar nuestros pensamientos (y creencias, acciones, conductas, esperanzas y sospechas). De lo contrario no sería ni ânuevoâ ni futuro, sino una mera extensión del pasado o una infinita repetición del presente.
âEl futuro se piensaâ, decía Enrique Santín. Entonces, como corolario, sino pensamos no entramos en el futuro. Y eso es exactamente lo que no está pasando. Y entonces insistimos en aprender sobre el pasado en vez de aprender desde el futuro.
¿Cómo salimos de ese encierro autoimpuesto? Muchos misterios del universo y de la vida humana se resuelven si audazmente aceptamos que todos nosotros somos seres multidimensionales viviendo unidimensionalmente.
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