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Quejarse del presente no aporta a la construcción de un futuro

Francisco Miraval

Recientemente, en el marco de un encuentro comunitario, escuché una queja tras otra sobre la situación actual del mundo, desde la falta de diálogo en persona debido a las nuevas tecnologías hasta la constante ansiedad por ataques terroristas, y desde baja calidad educativa hasta bajos salarios. Pero las quejas en sí no necesariamente ayudan a mejorar la situación.

Si alguien, por ejemplo, se queja de su sobrepeso, pero no hace nada para bajar de peso, de nada le sirve quejarse. En general, reconocer la existencia de una situación desventajosa no implica que persona afectada por esa situación tomará las medidas necesarias para cambiar o mejorar la situación.

Alguien se quejó, por ejemplo, de la creciente complejidad de las computadoras. Una queja válida, por cierto. Pero la solución propuesta fue prohibir el uso de las computadoras y volver a una época en la que nadie usaba computadoras. En vez de tomar la decisión de educarse y capacitarse, para esta persona la respuesta a su problema era retroceder en el tiempo.

Otra persona se quejó de los bajos salarios. Otra queja absolutamente válida ya que muchos grupos se ven afectados por salarios desproporcionadamente bajos que les impiden vivir una vida adecuada a pesar de sus esfuerzos.

Se le indicó a esta persona que quizá podría buscar maneras de mejorar sus capacidades, de modo de aspirar a mejores trabajos. A la vez, quizá podría sumar su voz a alguna de las tantas campañas que impulsan mejores salarios y condiciones laborales para los más desaventajados. Una vez más, la queja no fue acompañada de la voluntad de algo, aunque sea mínimo, para revertir la situación.

En el contexto de la conversación (enfocada en relaciones intergeneracionales), otros se quejaron de lo que percibieron como “mala conducta” por parte de “los jóvenes modernos”. Entre esas “malas conductas” se enumeraron ir a estudiar a la universidad en vez de buscar trabajo o casarse y, peor aún, irse a estudiar a otro estado y lejos de la familia.

Quizá por la posibilidad de tener alguien que los escuchase, otras personas compartieron sus quejas sobre otros temas, desde problemas inmigratorios hasta problemas de acceso a servicios médicos, y desde el hecho que en muchas sucursales bancarias ya no hay personas sino sólo cajeros automáticos hasta el hecho de que se “obliga” a los estudiantes a hacer sus tareas en una laptop.

Prominentemente ausente del diálogo fue un intento de entender la situación, de desafiar los prejuicios y los puntos de vista propios; de abrirse a otras alternativas, opciones y opiniones; y, en definitiva, de realizar aportes para modificar una situación desagradable y hasta insostenible. En todos los casos, alguien más (el gobierno, los maestros, los patrones) deberían aportar la solución necesaria.

Mientras solamente nos quejemos y creamos que quejarnos es todo lo que podemos y debemos hacer, mientras no asumamos nuestra propia responsabilidad por el cambio que queremos ver, seguiremos atrapados precisamente en aquella situación de la que queremos librarnos y, por lo tanto, sin esperanza alguna de liberarnos.

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