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Los robots ya tienen su propia sangre. ¿La derramarán por nosotros?

Recientes reportes (disponibles en línea) por parte de dos prestigiosas universidades (Harvard y Cornell) explican que los robots ya tienen su propia “sangre”, es decir, un líquido que circula por dentro de los robots y que lleva energía a todo el robot para que el robot pueda cumplir con las tareas que tiene asignadas. 

Se debe aclarar que este líquido, conocido como sangre robótica, se usa en los llamados robots blandos, o suaves, y no, por el momento, en los más conocidos robots metálicos. La sangre robótica les permite a los robots blandos (claramente precursores de humanos artificiales) mantener su forma o incluso recobrarla, en caso de ser aplastados.

Sea como fuere, la idea de sangre robótica parece tener consecuencias más allá de cuestiones de robots, máquinas, ciencia e inteligencia artificial. De hecho, a lo largo de la historia, los humanos han asociado la sangre (propia o de animales) con todo tipo de creencias y de rituales, desde sacrificios para apaciguar a los dioses hasta promesa de inmortalidad.

¿Debemos entonces ahora sumar a los robots a esa corta lista de seres vivientes con sangre propia en este planeta? En otras palabras, ¿qué significa que los robots, sean blandos o metálicos, grandes o pequeños, inteligentes o no, tengan ahora su propia sangre? 

Quizá una mejor pregunta sea si debemos adjudicarle a la sangre robótica todas o por lo menos algunas de las creencias que asociamos comúnmente con la sangre humana y de los animales. Quiero decir: ¿sacrificaremos robots en un altar como antes se sacrificaban corderos o toros?

Sea cual fuere la respuesta a esa pregunta, la conoceremos pronto, quizá en sólo diez años, porque otros reportes científicos de fuentes confiables indican que hacia el 2030 la integración entre robots y humanos llegará a tal nivel que prácticamente resultaremos inseparables unos de los otros, no porque nos volveremos robots o ellos humanos, sino porque los robots serán parte de nuestra vida cotidiana.

Entonces, en este mundo conflictivo y cada vez más intolerante, con un creciente campo social de la negatividad que no necesariamente moviliza a que crezca el campo social de la positividad, la pregunta del título cobra una nueva urgencia y significado: ¿derramarán los robots su sangre por nosotros? ¿O quizá lo hará un solo robot para salvarnos a todos? 

En su última entrevista para un periódico en Alemania, el filósofo Martin Heidegger (sí, estoy al tanto de sus muchos aspectos controversiales) afirmó que no podemos hacer que la divinidad venga a nosotros, pero podemos ayudar a crear la esperanza de que la divinidad venga. 

Más allá de lo que Heidegger haya realmente dicho o pensado, los avances tecnológicos y científicos de nuestra época pueden interpretarse como el deseo de crear (o recrear) nuestra propia divinidad o llegar nosotros mismos a ser divinos. Y quizá lo estemos haciendo y logrando.

Me pregunto qué narrativa se contará dentro de 2000 años sobre lo que ahora se está gestando para el futuro de la humanidad y que muchos aún no lo perciben.  

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