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Leer, pensar y otros pasatiempos obsoletos

Hace más de tres décadas, en mis primeros años de incursionar como profesor universitario, mi mentor un día me hizo una pregunta muy interesante: “¿Cuántos libros hay en la biblioteca del colegio en el que usted enseña?” Le dije que no sabía. “Pues entonces vaya y averigüe”, ordenó.

Poco después, le di la respuesta. Ya no recuerdo cuántos libros había en esa biblioteca, pero ciertamente en varios miles. Mi mentor me preguntó si estaban ordenados por temas o por autor. Le expliqué que estaban ordenados por temas. Y entonces me preguntó de todos esos cuál era el que yo menos sabía. Creo que murmuré algo sobre “método exegético”.

“Pues entonces vaya y lea el primer libro sobre ese tema. Y luego el segundo. Y siga así. Y cuando termine siga con otro tema”, me pidió.

Pensé que la conversación había terminado con aquel buen consejo. Pero no fue así. Desde aquel día y por los próximos cuatro o cinco años, semana tras semana mi mentor me preguntaba qué libros (siempre en plural) yo ya había leído y cuáles iban a ser los siguientes libros. Y luego evaluaba mi entendimiento o falta de entendimiento de los libros ya leídos y me hacía sugerencias de nuevas lecturas.

Cada tanto (lamentablemente, no tantas veces como me hubiese gustado), yo iba a visitar a mi mentor en su casa y él me esperaba con una mesa llena de libros abiertos junto a una acumulación de diccionarios y otras obras de referencia, para guiarme en la lectura de textos que, en aquella época, me parecían lejanos, incomprensibles, profundos. Y todos estos años después, sigo exactamente con esa misma opinión.

Ese continuo ejercicio de lectura me llevó no solamente a leer, sino también a aprender a evitar el temido “patinar mental sobre la página” (como creo que dijo Ortega y Gasset). De hecho, la lectura se transformó en un diálogo de mi mente con la mente del creador del libro y de mi mente conmigo mismo para tratar de dirimir qué había significado ese primer diálogo.

El tiempo pasó, las circunstancias cambiaron y la posibilidad de leer con esa misma intensidad y de seguir con las conversaciones semanales con mi mentor llegó a su fin. Pero el diálogo interno no terminó. De hecho, se acrecentó.

Muchos de los libros que antes sólo estaban en los estantes de una biblioteca y permanecían allí inaccesibles ahora están disponibles para su compra en línea. Muchos otros libros antiguos y de difícil acceso ahora se pueden leer gratuitamente en línea. Además, muchas personas que venden libros usados desconocen el valor real de los libros que venden a precios muy rebajados.

Sea como fuere, hubo una larguísima época histórica sin libros y otra aún más larga sin acceso fácil a esos libros. Y claramente ahora estamos en una nueva época en la que los libros que nos libran ya casi son una reliquia del pasado. Me pregunto qué nuevos mentores nos guiarán a leer y a pensar en la nueva época.

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