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¿De qué sirven los consejos de los consejeros si unos y otros son malos?

Francisco Miraval

La situación parece tan rutinariamente sencilla que uno no puede anticipar ningún problema: un estudiante va a hablar con su consejero para recibir consejos sobre qué clases tomar para completar con las mejores calificaciones posibles sus estudios secundarios o terciarios. ¿Pero qué pasa cuando los consejos del consejero, como sucede con lamentable frecuencia, no son buenos?

La semana pasada una señora me llamó para contarme la historia de su propia hija. En el momento de iniciar el nuevo ciclo lectivo, la mujer se entera que su hija, quien había tomado clases avanzadas por sugerencia del consejero escolar, no había aprobado esas clases y por lo tanto deberá repetir el año de estudios de grado 11.

No se trata de que la joven estudiante le ocultara información a su madre. Se trata de un caso en donde la escuela no le informó ni a la estudiante ni a su madre del problema. Obviamente, cuando madre e hija fueron hablar con el consejero, éste se desligó de toda responsabilidad.

Hace solamente un año yo mismo hubiese acusado a esta señora de negligencia en cuanto a la educación de su hija y hasta de crear esa historia con el único propósito de encontrar a un culpable, o por lo menos a un chivo expiatorio, para explicar el bajo rendimiento académico de la muchacha. Pero ya no lo hago, porque algo similar me pasó con mi hijo.

A mi hijo también le “aconsejaron” tomar clases avanzadas, en las que luego obtuvo calificaciones bajísimas que literalmente le arruinaron su promedio de la escuela secundaria. Y no que él careciese de la inteligencia o conocimientos para aprobar esas clases, como quedó después ampliamente comprobado, sino que simplemente nadie lo ayudó ni lo orientó.

Superada, con mucho trabajo y esfuerzo, esa difícil situación, mi hijo finalmente se graduó de la secundaria con un promedio aceptable. Pero en mi presencia el “consejero” le sugirió que no se preocupase de ir a la universidad, indicándole que debería estudiar mecánica, pero no de carros, sino de motos, porque la mecánica de carros es más complicada.

Obviamente, desechamos esos “consejos” y mi hijo ya comenzó su carrera universitaria estudiando lo que él quería estudiar y en una buena universidad. Pero, desafortunadamente, los malos consejos no se restringen sólo al nivel secundario, sino que reaparecen con indeseable frecuencia en el nivel terciario.

Recientemente me enteré del caso de una estudiante hispana (de más de 40 años) quien tras varios años de estudio y a punto de completar las últimas materias para obtener su título se entera que materias que había tomado anteriormente por sugerencia de un consejero de esa universidad en realidad no le sirven para la carrera, por lo que deberá dedicarle más tiempo y dinero para alcanzar su meta de contar con un título universitario.

Si los consejeros académicos dan malos consejos (sin hacerse responsables), me pregunto en cuántos otros casos también estamos recibiendo malos consejos (médicos, financieros, religiosos, políticos. interpersonales) pagando nosotros las consecuencias de seguir esas malas sugerencias.

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