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Una triste realidad: más pobres y más presos

Recientemente leí una historia en un periódico comunitario local en la que, con el habitual tono triunfalista propio de esas publicaciones, se exaltaba una joven hija de inmigrantes por haber alcanzado el “sueño americano” de lograr un título universitario y un negocio propio. El artículo, sin embargo, convenientemente ignoró el hecho que para muchos inmigrantes ese “sueño” es una verdadera pesadilla.

Según un estudio publicado por el Pew Research Center en julio pasado, del 2005 al 2009 los hispanos perdieron de promedio un 66 por ciento de su patrimonio, más que cualquier otro grupo.

Esa pérdida del patrimonio se debe a una combinación de factores, incluyendo una drástica disminución en el valor de las propiedades de los hispanos y un fuerte aumento (42 por ciento) en el nivel de deudas de las familias hispanas.

En definitiva, el patrimonio promedio de los hispanos es 18 veces menor que el de los blancos: $6.300 contra $113.000. En muchos casos, esos $6.300 “extras” de las familias hispanas son un carro que pueden llegar a vender y no inversiones o ahorros.

Aunque el reporte del Pew Research Center no lo dice, uno puede concluir que esas familias hispanas (y lo mismo sucede con las familias afroamericanas) viven “al borde del precipicio”, sin ningún plan de jubilación, sin dinero para emergencias y endeudándose para sobrevivir.

Ante esa realidad, ¿dónde queda el tono triunfalista de las publicaciones hispanas? ¿Tan bajo hemos caído que lo que es normal –tener un título universitario, abrir un negocio– lo celebramos como algo extraordinario?

Y si la pesadilla no es lo suficientemente alarmante, sumemos entonces otro elemento. Según un reporte difundido por el gobierno federal el pasado 6 de septiembre, más de la mitad de las personas enviadas a prisiones federales por haber sido convictas de crímenes son hispanos.

El informe, preparado por la Comisión de Sentencias de Estados Unidos, indica que el aumento en la cantidad de hispanos enviados a prisiones federales se debe a “delitos relacionados con inmigración”, tanto violentos como no violentos.

En números concretos, en los primeros nueve meses del año fiscal 2011-2012, un 50,3 por ciento de los sentenciados a prisiones federales fueron hispanos, un 26,7 por ciento blancos y un 19,7 por ciento afroamericanos. Como comparación, los hispanos representan un 16 por ciento de la población del país.

El reporte de la Comisión de Sentencias revela que la mayoría de los hispanos son enviados a prisión después de “audiencias judiciales aceleradas” cerca de la frontera. Muchos de esos sentenciados eran quienes mantenían a sus familias, por lo que esas familias quedan condenadas a una pobreza aún mayor.

Está bien celebrar los logros de quienes, teniendo todo en contra, superan barreras y obstáculos, aprenden inglés, estudian y eventualmente “triunfan”. Pero esos “triunfos” (merecidos, por cierto) no deben usarse para ocultar la pesadilla de pobreza y encarcelamiento que afecta a un creciente número de hispanos.

Debemos despertarnos del “sueño” y enfrentar una pesadilla que seguirá complicándose mientras nos dediquemos más a “soñar” que a ver la realidad.

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