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Una percepción limitada crea una realidad limitada y sus consecuencias

Parafraseando a Ortega y Gasset, podríamos decir que “yo soy yo y mis consecuencias”, es decir, las consecuencias (muchas veces no asumidas) de vivir en una realidad limitada por mis propios pensamientos, de creer que esa realidad parcial es la realidad total, y de insistir que todo y todos deben entonces ajustarse a esa realidad.

Un reciente incidente en la Universidad Estatal de Colorado en Fort Collins ilustra ese enfoque.

Durante una visita guiada a esa universidad, la madre de uno de los futuros estudiantes llamó a la policía informando que dos jóvenes que no formaban parte del grupo se habían unido al grupo y actuaban de manera extraña. Y uno de ellos, dijo la mujer, seguramente era mexicano. La policía llegó, detuvo a los muchachos por un tiempo, y los interrogó.

Resultó ser que todo lo que la mujer había dicho era falso. Los estudiantes eran parte del grupo (habían llegado tarde al lugar tras viajar siete horas hasta la universidad), simplemente no sabían qué responder a las preguntas que les hacían (me ha pasado más de una vez) y no eran mexicanos, sino nativos de Nuevo México en su primera visita a la universidad.

No me quedan dudas de lo sucedido: la mujer (no identificada) vio a dos jóvenes que no iban vestidos de la manera que para ella es “normal”, ni actuaban de la manera que para ella es “normal”, ni respondían de la misma manera que para ella es “normal” y, entonces, hizo lo que cualquiera haría en esas circunstancias: llamar a la policía.

Pero resulta que los estudiantes provienen de una familia humilde, que su único deseo era visitar la universidad y que no estaban preparados para participar en la miríada de preguntas a las que uno tiene que responder al inicio de la visita para presentarse. (Debo confesar que a mí tampoco no me gustan mucho esas dinámicas grupales para “quebrar el hielo.”)

Eso era todo. Los muchachos estaban donde debían estar y estaban haciendo lo que debían hacer. Pero, por no parecerse a los otros, los “otros” asumieron que era mejor llamar a la policía. Así como muchas universidades tratan a “los que no son como yo”. Me ha pasado personalmente en más de una ocasión, pero no voy a dar detalles.

En su libro El Canto del Pájaro, Anthony De Mello comparte la historia de dos diablitos que un día se encontraron con un pedazo de verdad tirado en el suelo. Uno de los diablitos se asustó y pensó que era mejor esconderlo. El otro, más sabio, le dijo que era mejor dejar ese pedazo de verdad donde estaba porque “vendrá un humano y creerá que esa la verdad completa”.

Obviamente, creer que “mi” verdad es “la” verdad no solamente es una clara indicación de narcicismo y de encierro intelectual, sino también de inmadurez personal. En un mundo globalizado e interconectado, asumir que existe una sola manera de pensar y vivir y que esa manera es la propia representa una inexcusable arrogancia.

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