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Una joya olvidada entre objetos perdidos en una tienda de antigüedades

Francisco Miraval

La semana pasada, por primera vez en mucho tiempo, visité una tienda de antigüedades. No entré buscando nada en especial, sino sólo con la idea de ver qué se vendía en ese establecimiento. Pero en medio de la caótica escena de elementos de distintas épocas y orígenes superpuestos, me encontré con un libro que, aunque escrito hace más de cien años, encierra buenas lecciones.

El libro en cuestión es el segundo volumen de Historia de la Filosofía para Principiantes, escrito en Massachusetts por Herbert E. Cushman y publicado en 1909. Quienquiera que haya sido el dueño original, claramente estudió esta obra en detalle, como lo revelan la cantidad de anotaciones en los márgenes.

Escribiendo desde el valioso punto de vista de no saber lo que luego pasaría en el siglo XX, Cushman, quien aparentemente tenía sus propias perspectivas espirituales, se enfoca en la obra mencionada en la tarea de demostrar la lucha intelectual que tuvo lugar en Europa durante el siglo XIX a favor y en contra de la supremacía de la ciencia y del pensamiento científico como la única manera aceptada y aceptable de pensar.

En el capítulo dedicado al filósofo francés Auguste Comte (1798-1857), considerado como el fundador de la sociología moderna, Cushman afirma que “sólo la ciencia debe ser la nueva base” de la sociedad.

Unas pocas páginas después, Cushman contrapone esa afirmación al pensamiento de Henri Bergson (1859-1941), quien afirmaba que “el conocimiento de la realidad viene por medio de la intuición” y no de la ciencia.

Un siglo después, ya no se debate el lugar de la ciencia en la sociedad moderna, ni cuánto la ciencia revela u oculta de la realidad, sino que simplemente se la acepta. De hecho, tanto se la acepta, que se vuelve impensable vivir sin ciencia ni tecnología, y se considera como “primitivos’ a quienes así viven.

La ciencia ahora controla todo nuestro día y todas nuestras actividades, desde lo que vestimos hasta lo que comemos, y desde nuestra salud hasta nuestra enfermedad y muerte. “Porque la ciencia lo dice” se ha vuelto una frase común para terminar con un debate.

Tan seguros estamos del poder casi mágico de la tecnociencia, que nos rendimos ante ella, sin siquiera analizar si realmente la ciencia tiene el derecho a ocupar el lugar que ahora ocupa en nuestra sociedad y en nuestros pensamientos, o cuáles son las consecuencias de aceptar que la ciencia tome control de nuestras vidas.

Uno mira una serie policial en la televisión, y los “detectives” se pasan más tiempo en el laboratorio que persiguiendo a los malhechores.  Los programas militares son un constante desfile de nuevas tecnologías. Y hasta los programas sobre “misterios” muestran aparatos destinados a captar extraterrestres, fantasmas o a Pies Grandes.

Con todas esas ideas en mi cabeza, y haciendo caso omiso a espadas, uniformes, juguetes y otros elementos del pasado, no pude menos que comprar el libro de Cushman y leerlo. Él no sabía lo que vendría, ni nosotros, un siglo después, tampoco podemos saberlo.

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