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Un descarado desperdicio del verdadero potencial humano

Francisco Miraval

Marcela (no su verdadero nombre) me llamó para pedirme ayuda y consejos debido a su urgente necesidad de mejorar su situación económica. Como madre soltera a cargo de dos hijos adolescentes, preparar y vender pasteles, me dijo, ya no le alcanza como su única fuente de ingresos, a la que le dedica más de 12 horas al día.

Conversamos entonces con Marcela durante varios minutos explorando diversas opciones y actividades que se acomodasen a su tiempo y a sus necesidades, pero que a la vez le permitiesen generar ingresos. Y como parte de esa conversación le pregunté a qué se dedicaba en su país natal antes de llegar a Estados Unidos.

“Tengo una licenciatura en administración de empresas con énfasis en microempresariado”, me respondió, nombrando además una prestigiosa universidad latinoamericana donde cursó sus estudios.

Poco después, me encontré con Luis (no su verdadero nombre), quien compartió su desesperación porque tras varios años de trabajar en un taller de reparación de carros se enteró que el dueño vendería el lugar y por lo tanto Luis se quedaría sin empleo.

Durante la conversación, quedó claro que los conocimientos de Luis iban más allá de lo que habitualmente se puede esperar de un mecánico de automóviles, ya que se extendían a áreas tan diversas como ciencia y fotografía. Intrigado, le pregunté entonces qué había estudiado y dónde.

“Tengo una licenciatura en sistemas y me dedico a la fotografía artística desde hace muchos años”, me respondió, nombrando otra conocida universidad latinoamericana.

Y en un reciente encuentro con un grupo de inmigrantes, mencioné algunos de los desafíos emocionales y psicológicos que los inmigrantes enfrentan al llegar a un nuevo país. Ana (no su verdadero nombre), quien hasta ese momento se había mostrado muy callada, me preguntó si se le permitía hablar.

Obviamente le dije que sí y Ana, dedicada a la limpieza de casas para ganarse la vida, comenzó a hablar sobre psicología profunda. Ante mi pregunta, ella respondió:

“Estudié psicología y fui profesora de psicología durante años en mi país”, nombrando a aún otra respetada universidad latinoamericana.

Entiendo muy bien que lo que uno estudia en un contexto sociocultural no necesariamente se aplica en otro, y que las urgencias que nos asedian a los inmigrantes nos obligan a enfocarnos más en sobrevivir que en construir un futuro. Pero desperdiciar nuestro potencial humano me resulta inaceptable.

No acuso a Marcela de no administrar empresas ni a Luis de no crear sistemas ni a Ana de no dedicarse a la psicología. De hecho, por mi propia experiencia, simpatizo totalmente con ellos. Pero me pregunto si, en esta época de incertidumbre y constantes cambios, no será hora de que cada uno de nosotros reviva el deseo de alcanzar nuestro máximo potencial.

Ciertamente, no tiene nada de malo vender pasteles, reparar carros o limpiar casas. Son actividades dignas y necesarias. Pero tampoco tiene nada de malo contar con nuestros propios expertos en tantas áreas en las que ahora consultamos a aquellos que ni nos entienden ni nos conocen.

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