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Un conflicto entre dos importantes deberes: votar y reportar

Francisco Miraval                                

La semana pasada, en el día de las elecciones, decidí cumplir con dos deberes: el de votar y, como periodista, el de cubrir la historia de las votaciones. Como quedó claro al conocerse los resultados, las elecciones cambiaron el rumbo del país (por lo menos en el futuro cercano), por lo que tanto votar como escribir las historias me parecieron muy importantes.

Votar resultó fácil, pero pronto descubrí que escribir las historias sobre la votación no lo sería.

En Colorado, donde resido, por primera vez todos los empadronados para votar recibieron las boletas electorales por correo, por lo que lo único que había que hacer es completar esas boletas y enviarlas por correo a las oficinas del condado correspondiente o presentarse el día de las elecciones en alguno de los centros de votación y presentar allí las boletas ya completas.

De esa manera, no había gente esperando para votar ni tampoco se formaron largas filas, como anteriormente sucedía. Además, se dijo que la votación por correo fomentaría una mayor participación de los votantes en zonas rurales, quienes ya no tendrían que recorrer muchos kilómetros para entregar sus votos.

Sea como fuere, votar fue fácil. Un día llegó la boleta electoral por correo. Abrí entonces los sobres, marqué mis selecciones, firmé en el lugar correspondiente, sellé todo, puse las estampillas y deposité el sobre en el correo. Así de sencillo.

Pero cuando, en cumplimiento de mi tarea periodística, fui a tres centros de votación a hablar con personas que llegaban para votar o que ya lo habían hecho, me encontré que en esos tres lugares (dos edificios públicos y uno privado) los guardias de seguridad (de una compañía privada) no estaban demasiado abiertos a permitir que un periodista cumpliese con su trabajo.

Por primera vez en mis casi dos décadas como periodista en Estados Unidos, no solamente no me dejaron ingresar al lugar de votación (como lo hice tantas veces en el pasado), sino que en un caso ni siquiera me dejaron acercarme.

Ante la inesperada situación que me imposibilitó cumplir con mi trabajo como estaba planeado, llamé a mi editor. Cuando uno de los guardias de seguridad en un lugar al sur del centro de Denver detectó que yo estaba hablando por teléfono en español (fuera del edificio y lejos de la entrada), le hizo señas a otro guardia de seguridad, claramente hispano, para que escuchase lo que yo estaba diciendo.

El segundo guardia de seguridad me dijo que yo no podría estar allí porque yo estaba siendo “irrespetuoso”  de la privacidad de esas personas. Obviamente, tal falta de respeto no existió y obviamente el guardia no esperó ninguna respuesta, sino que él y su compañero asumieron una actitud de pocos amigos para asegurarse que yo me fuese.

Me pregunto de qué sirve ir a votar y celebrar la democracia si a la vez se restringe claramente esa libertad incluso para aquellos que, como nos toca a los periodistas, sólo queremos contar historias que fortalezcan nuestra libertad y nuestra democracia.

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