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Project Vision 21

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Todos sufrimos de miopía existencial, pero no lo reconocemos

Alguna vez leí, y me resultó interesante el dato, que los bebés hasta cierta edad sólo ven lo que está hasta 30 centímetros por delante de sus ojos. Cualquier cosa que se ubique a una distancia mayor, simplemente quedará fuera de su vista. 

Y no sólo eso, sino que a la vez le lleva cierto tiempo al cerebro del bebé procesar las imágenes en la dirección “correcta”. Dicho de otro modo, cuando los bebés ven algo, lo ven “invertido” en comparación de la manera que nosotros, los adultos, lo vemos. 

En definitiva, durante cierta etapa de su desarrollo, los bebés solamente ven a corta distancia y lo que ven lo ven invertido. Pero ellos, los bebés, no son conscientes ni de ninguna de esas dos limitaciones. 

Y aunque en el caso de la mayoría de los bebés esas “limitaciones” se corrigen solas durante el desarrollo normal de las criaturas, en el caso de muchos de nosotros, ya adultos y, podríamos decir, con ojos y cerebros adecuadamente desarrollados, aún así nos aferramos a visiones limitadas e invertidas.

Por ejemplo, recientemente me encontré con alguien que me indicó que él se sentía muy complacido de jamás haber cambiado sus creencias religiosas desde su niñez y ahora, ya adulto, las practicaba como siempre las había practicado. Pero en este caso, “ya adulto” significa una familia con varios hijos también adultos y una empresa de tamaño respetable. 

Le pregunté entonces si, precisamente por las experiencias que él había acumulado en su vida, eso mismo no lo había llevado como mínimo a cuestionar sus creencias, y, aunque no necesariamente a cambiarlas por otras, por lo menos a profundizarlas o a descubrir nuevas dimensiones de esas creencias. Su respuesta fue que no entendía la pregunta.

En otro caso, me encontré con una persona que me comentó que ella educaba a su hija para ser ama de casa, de la misma manera que su madre la había criado a ella, basándose en cómo su abuela había criado a su madre, y así sucesivamente por varias generaciones. 

Le pregunté cómo aplicaba ella ese enfoque a una nueva generación cuando ya no estaba ella en su país natal, su hija habla un idioma distinto que el que ella habla, y el mundo cambió profundamente desde los tiempos de su madre y de su abuela. Su respuesta fue que no entendía la pregunta.

Ejemplos como los dos citados (aunque yo podría compartir muchos otros ejemplos similares) me hacen pensar que muchos de nosotros padecemos de una especie de miopía existencial no reconocida ni asumida que no solamente limita lo que podemos ver con nuestra mente y nuestro corazón, sino que también nos hace creer que lo que vemos es toda la realidad. 


Y, a diferencia de los bebés, el paso del tiempo no viene acompañado de un sano desarrollo para expandir el campo de nuestra visión, para rectificar mentalmente lo que nos llega por medio de los sentidos y, en definitiva, para llegar a ser plenamente humanos (si fuese posible.)

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