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Saber que hay cosas que no sabemos que no sabemos debe crear humildad intelectual

Sin dudas, hay cosas que sabemos que sabemos. Por ejemplo, dos más dos es cuatro y el agua está compuesta por dos moléculas de hidrógeno y una de oxígeno. Y hay cosas que sabemos que no sabemos. Por ejemplo, la cantidad exacta de estrellas en el universo o el número exacto de granos de arena en las playas de nuestro planeta. 

Pero también hay cosas que no sabemos que no sabemos hasta que descubrimos que no las sabíamos. Pero hasta antes del momento de ese descubrimiento, ignorábamos nuestra ignorancia sobre este tema.

Por ejemplo, científicos de la NASA recientemente anunciaron que el robot explorador Perseverance logró abrir una roca marciana dentro de la cual “se vio algo nunca visto”. De hecho, todavía no se sabe exactamente qué se encontró en la roca, pero se cree que podrían ser signos de vida microbiana marciana de hace miles de millones de años.

En otras palabras, no sabíamos que no sabíamos que (si se confirma el hallazgo) había restos de microbios en las piedras de Marte. 

Además, no sabíamos que no sabíamos que en el centro de la Vía Láctea existe una misteriosa barrera que impide que la mitad de los rayos cósmicos lleguen al centro de nuestra galaxia. Pero recientemente un equipo de investigadores de la Academia de Ciencias de China detectó la presencia de esa barrera, rodeando la zona molecular central de la galaxia. 

No sabíamos que no sabíamos que esa barrera existía y hasta ahora no sabemos qué es (aunque se la describe como “un mecanismo físico). 

Y según el científico inglés Michael Rowan-Robinson, del Colegio Imperial de Londres, él y colegas habrían hallado un nuevo planeta en nuestro sistema solar, orbitando a unas 15 unidades astronómicas desde el sol (es decir, a 15 veces la distancia del sol a la tierra). 

No sabíamos que no sabíamos que podría haber un planeta varias veces más grande que la tierra a esa distancia del sol. 

Los ejemplos podrían multiplicarse, pero la enseñanza es clara: no sabemos lo que no sabemos hasta que comenzamos a saberlo. Mientras tanto, todo lo que pensamos, decimos y hacemos se basa en nuestra ignorancia de no saber lo que no sabemos. 

Hubo una época, hasta no hace mucho tiempo, en la que reconocer que hay cosas que no sabemos, pero podríamos saberlas (por ejemplo, la edad exacta de la tierra) y cosas que ni siquiera sabemos que no sabemos, reconocer esas situaciones, decimos, llevaba a una actitud de humildad intelectual (y existencial.)

Sin embargo, la ignorancia ha dejado de ser la docta ignorancia de la que hablaba Cusa para convertirse en una ignorancia arrogante que cae en la peligrosa trampa de creer que sabe cuando no es así. Ese creer que se sabe cuándo no se sabe es peor que la misma ignorancia.

Por eso, descubrimientos como los mencionados y como muchos otros hallazgos similares a lo largo de la historia son una constante invitación a ser cautelosamente humildes con respecto a lo que creemos saber. 

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