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No debemos juzgar a nadie por su apariencia

Francisco Miraval

Conozco a Luis desde hace ya algún tiempo. Luis es una persona real. Se trata de un hombre joven, ya casado y dos hijos pequeños. Se dedica a pintar casas y, como muchos otros, llegó como inmigrante a Estados Unidos buscando una vida mejor, aunque sus planes no siempre se concretaron como él hubiese querido.

A principios de este año, en una reunión comunitaria, Luis me dijo que ya estaba cansado de trabajar tantas horas todos los días y tantos días seguidos sin parar. Además me contó que ya no tenía tiempo para estar con su familia y, de hecho, ni siquiera tenía tiempo para él mismo.

Eso último me quedó muy claro porque Luis llegó al encuentro no solamente con su mameluco pintado, sino también con su cara y sus manos cubiertas de pintura. Claramente, se trata de un trabajador dispuesto a sacrificarse por su familia.

Luis terminó sus estudios secundarios en su país natal y su meta era seguir estudiando en Estados Unidos, pero el casamiento, los hijos y la falta de inglés lo llevaron a postergar sus metas personales. Algún día, me dijo hace meses, aprendería inglés y quizá hasta volvería a estudiar. Después de todo, él quiere que sus hijos tengan una vida mejor que la él tiene.

Obviamente, las posibilidades de que Luis estudie son remotas. No cuenta con las bases académicas necesarias para ir a la universidad y su nivel de inglés es extremadamente limitado. Además, dudo que tenga los recursos económicos suficientes como para afrontar estudios terciarios.

Por eso, me sorprendió cuando me preguntó en aquella reunión antes mencionada qué opciones existían para alguien como él para llegar a la universidad.

Y antes de que yo pudiese responder, Luis enumeró varias condiciones: los estudios deberían ser ofrecidos a precios accesibles y con la flexibilidad que él necesita por cuestiones de su trabajo. Y además se le debería ofrecer ayuda con cada clase que tomase y sólo tomaría una clase a la vez.

Me pareció prudente entonces mencionar la posibilidad de tomar clases en línea sea para enriquecimiento personal (Coursera, EdX, FutureLearn) o por crédito (Global Freshman Academy de la Universidad Estatal de Arizona, University of the People). Luego de conversar sobre el tema, le envié la información por email. 

En un encuentro posterior, Luis me agradeció por la información que le envié y se disculpó por no haber hecho antes porque, así lo confesó, no sabía de qué manera responder a un email. La razón es muy sencilla: como Luis no tiene computadora, todo lo hace desde su teléfono inteligente y él no sabía cómo descargar e instalar las aplicaciones correspondientes.

Pasaron varios meses sin vernos y luego recientemente me volví a encontrar con él. Tras los habituales saludos y las correspondientes preguntas sobre el trabajo y la familia, la conversación se encaminó una vez más hacia los estudios.

“¿Qué estás estudiando, Luis?”, le pregunté. Me miró y dijo: “Estoy tomando una clase en línea de robótica del Instituto de Tecnología de Massachusetts.” 

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