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Miopía intelectual y cultural lleva rápidamente a conclusiones equivocadas

Francisco Miraval

Recientemente conversé con una persona que estaba de visita en Estados Unidos y que, además, realizaba su primer viaje fuera de su país con el propósito de reencontrarse con una familia amiga. Durante la conversación quedó claro que esta persona había encontrado una nueva misión para su vida: corregir todos nuestros errores en este país.

Según la visitante, a pesar de su poco tiempo en Estados Unidos, ella ya sabía que muchas cosas están mal en nuestro país. La comida, la televisión, la manera de conducir están mal, y hasta las iglesias están mal. Y, si le diésemos la oportunidad, ella podría ayudarnos a cambiar todo eso usando como modelo su propio país.

No estoy criticando a esta visitante. Ciertamente es una persona altamente inteligente y muy amigable. Pero al encontrarse por primera vez un lugar que no había visitado antes y al ser esta su primera experiencia fuera de la cultura y de la sociedad a la que ella siempre estuvo acostumbrada, todo lo veía mal. (Obviamente, tenemos mucho para mejorar en este país, pero no era eso lo que ella estaba diciendo).

Y tampoco la puedo criticar porque aún recuerdo cuando, ya hace varias décadas, yo tuve esa misma experiencia de viajar desde América del Sur y venir por primera vez a Estados Unidos. Y a mí también todo me parecía equivocado. No distinto o diferente, sino totalmente equivocado.

Por ejemplo, me parecía equivocado pedir entrega de pizza a domicilio o que se usasen sobres en la iglesia para colectar las ofrendas. Y tampoco podía aceptar que las iglesias tuviesen tanto lugar para el estacionamiento de carros. (Obviamente, tanto en aquella época como ahora, cuestioné y sigo cuestionando mucho de lo que veo y que acríticamente se acepta como “normal”.)

En aquella primera visita, en vez de decir algo así como “Estoy en otra cultura y en otra sociedad”. Sin embargo, dije “Todo esto está mal y debe ser corregido”. Y lo mismo le pasó a la visitante durante su primer viaje fuera de su país (que resultó ser a Estados Unidos, pero podría haber sido a China o cualquier otro lugar.)

Y esa misma actitud de no entender lo que está sucediendo y de querer cambiarlo por considerarlo como “que está mal” es la actitud que encuentro una y otra vez cuando hablo del futuro que se nos avecina, un futuro que ya no es continuidad del pasado. Y esa actitud tiene sentido, pero es peligrosa.

Si el choque cultural entre dos realidades presentes es tan grande que lleva a rechazar la realidad casi desconocida como algo malo, el choque cultural, emocional y existencial entre el presente y un futuro inconmensurable con el presente es aún más profundo y provoca, por eso, un rechazo no sólo a pensar en ese futuro, sino incluso a mencionar el tema.

Y la actitud es peligrosa porque lleva a autoexcluirse del futuro emergente y porque elimina o reduce la posibilidad de un diálogo crítico sobre el presente y sobre el futuro.

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