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Lecciones prácticas de un antiguo filósofo griego

Francisco Miraval

La semana pasada, el fundador de una organización empresarial nacional me preguntó qué conexión existía, si alguna, entre la filosofía (tema al que me dedico hace tres décadas) y los negocios. Una respuesta completa a esa pregunta excede los límites de esta columna, por lo que nos limitaremos a tres lecciones basadas en el pensamiento de un antiguo filósofo.

Heráclito, uno de los primeros filósofos griegos, vivió en Éfeso (Asia Menor) hace 2500 años. Escribió un libro que se ha perdido, pero del cual quedan unos 130 fragmentos. Y algunos de esos fragmentos encierran lecciones incluso para los empresarios postmodernos no inclinados a la filosofía.

Heráclito dijo aquello que “No se puede entrar en el mismo río dos veces, porque las aguas siguen fluyendo” (fragmentos 12 y 49a).

Heráclito no se refería a “no cometer el mismo error dos veces” (como equivocadamente tantas veces se cree porque se asume que él estaba dando un consejo psicológico.) Heráclito hablaba de los constantes cambios en la realidad (¿el “río de la vida”?) y de una realidad en constante flujo.

El fragmento parece invitarnos a tomar consciencia de los cambios que nos ocurren a nosotros mismos, ya que la segunda vez que uno entra a un río uno mismo cambió, no sólo el río.

Primera lección: ser consciente no sólo de los cambios en el negocio que uno tiene, sino también de los cambios que tener un negocio origina en nuestro pensar y en nuestra vida.

Heráclito también dijo que “Si uno no espera lo inesperado, nunca lo hallará” (Fragmento 18). Claramente, este fragmento no se refiere a tener un Plan B ni a prepararse para un desastre o una circunstancia adversa.  

Heráclito parece decir que debemos entender que si uno insiste en pensar como siempre lo hizo, uno limita su propio pensamiento y como consecuencia su propia realidad y, por eso, uno asume que ciertas cosas son “inesperadas”, “imposibles” o “difíciles” (como queda claro al leer el fragmento mencionado en su contexto).

Parafraseando ese pensamiento: Si uno deja de tener esperanza en aquello que (aparentemente) es inesperado, uno nunca encontrará aquello que es difícil de detectar e imposible de entender.

Para decirlo de una manera muy simple: cuando hacemos negocio, debemos dejar de ver a todo como un clavo sólo porque en la mano tenemos un martillo.

La segunda lección, entonces, es tomar consciencia de la manera en la que uno piensa. (“Somos lo que pensamos”, decía Buda.)

La tercera lección se basa en el Fragmento 119 (que en griego contiene sólo tres palabras) y es la más difícil de explicar, superando el espacio del que aquí disponemos.

Una traducción libre de ese fragmento podría ser: “Llegar a ser verdaderamente humano significa encontrar dentro de uno mismo un lugar existencial a partir del cual uno trasciende el hecho de ser meramente humano”.

Dicho simplemente: no permitamos que nuestro negocio nos robe nuestra humanidad ni le robe la humanidad a los otros, ni asumamos que hay una sola manera de ser verdaderamente humanos.

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