Hablar de un universo dentro de cada uno de nosotros y de otro universo fuera de cada uno de nosotros es, sin dudas, impropio, ya que en realidad no existe un âadentroâ y un âafueraâ ni mucho menos dos universos separados, aunque la idea de un microcosmos conectado con un macrocosmos parece acercarnos más al pensamiento que nos gustaría compartir.
Y a ese pensamiento llegué recientemente al releer De Rerum Natura (Sobre la naturaleza del universo), la conocida obra de Lucrecio (siglo 1 aec) en la que se analiza el universo desde el punto de vista de la filosofía y la ciencia de los epicúreos de aquella época.
Pero no se necesita ser un seguidor de Epicuro para entender este pensamiento que Lucrecio comparte en el Libro 3 de su obra:
âEl terror y las tinieblas de la mente no pueden ser disipadas por los rayos del sol, los rayos brillantes del día, sino sólo por el entendimiento de las formas externas y del funcionamiento interno de la naturalezaâ.Â
Como bien subraya Lucrecio, los niños, cuando están en la oscuridad, tienen miedo de todo y ese miedo a veces persiste incluso cuando esos niños están en plena luz del día. Dicho de otro modo, el horror imaginario sentido en las tinieblas los acompaña cuando están en la luz porque las tinieblas ahora se han trasladado a la mente.Â
La enseñanza es clara: vivimos (sin importar nuestra edad) con mentes entenebrecidas, arrastrando cada día horrores y temores reales o imaginarios que acumulamos en el pasado cuando nuestra mente era, por la ignorancia propia de la corta edad, aún más entenebrecida.
Vivimos como adultos siguiendo la manera de pensar y de ver el mundo que teníamos de niños. Y, según Lucrecio, la manera de superar esa infancia constante, ese síndrome de Peter Pan, es estudiar y estudiarse hasta descubrir no sólo cómo funcionan las cosas, sino que somos uno y lo mismo con aquello que hemos cosificado para estudiar.Â
Seguimos siendo niños mientras que sigamos sin entender el significado de âYo y el Padre somos unoâ.Â
Obviamente, no estamos hablando aquí de una niñez cronológica, sino existencial, algo que también podría describirse como âvivir dormidosâ, como decía Heráclito al expresar que âno debemos actuar ni hablar como si estuviésemos dormidosâ, comparando esa forma de comportarse con âcomportarse como los hijos de nuestros padresâ (fragmentos 73 y 74).
Por su parte, comentando esos dichos de Heráclito en sus Meditaciones (IV 46), Marco Aurelio (estoico) afirma correctamente que eso significa que no debemos comportarnos ya adultos de la misma manera que nuestros padres nos educaron de niños. La sabiduría, la madurez, consiste entonces en saber cuándo dejar de ser niños, algo que muchos jamás aprenden.Â
Ese âdejar de ser niñosâ es lo que el Padre Richard Rohr describe como llegar a la âsegunda mitad de la vidaâ, que no es un evento cronológico, sino existencial y espiritual. ¡Qué paradoja! Precisamente ahora que enfrentamos grandes desafíos globales, ahora mismo somos más niños inmaduros que nunca. Â
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