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Las confusiones nos rodean y nos marean

No caben dudas que vivimos en un mundo confuso y confundido, donde con frecuencia se interpreta a algo como si fuera otra cosa. Piénsese, por ejemplo, en la común confusión entre presencia física en un determinado lugar y trabajo.

Hasta hace pocas décadas era verdad que para trabajar para una cierta compañía había que estar físicamente presente en las oficinas de esa compañía. Pero en el mundo global e hiperconectado de la actualidad esa presencia física en muchos casos ya no es un requisito indispensable para trabajar para una empresa.

La comunicación es indispensable, pero la presencia física (excepto, obviamente, para tareas manuales) ya no lo es. Por eso, me resulta interesante que haya tanta gente que sigue confundiendo trabajo con presencia física.

En mi opinión, quienes padecen de esa confusión generalmente a la vez promueven un cierto tipo de inactividad en sus subordinados, quienes están más pendientes del reloj que de las tareas a realizar.

Esa confusión entre presencia física y trabajo se puede fácilmente extender a otras áreas. Por ejemplo, hay quien confunde ir a la iglesia (o al centro religioso que fuere) con tener una buena vida espiritual y, como contraparte, también confunde el no ir a la iglesia con no tener una buena vida espiritual.

¡Como si la espiritualidad estuviese restringida a un cierto edificio o pudiese practicarse sólo dentro de una cierta doctrina!

De una manera similar, habitualmente se confunde el ir a la escuela o a la universidad con recibir una educación. Tan arraigada está esta confusión que generalmente se asume que si a alguien no le va bien en la escuela la culpa es del estudiante, no de la escuela. Pero quizá no sea así. Sinceramente creo que la reforma educativa es tan necesaria y urgente como la reforma inmigratoria.

Otra confusión común es la de confundir la diseminación de información con comunicación. He visto todo tipo de personas (maestros, pastores, relacionistas públicos) que creen que porque envían un mensaje, o distribuyen folletos, o imprimen una carta noticiosa, se están comunicando. Pero la comunicación, claro está, es mucho más que la distribución de información.

En esta larga lista de confusiones también podemos nombrar el confundir votar con democracia (el voto es un elemento clave de la democracia, pero no el único), el confundir lo nuevo con lo mejor, o el pasado con la vida ideal, o la juventud con la ignorancia (inexperiencia sí, ignorancia, ya no).

Pero entre todas esas confusiones, la que más me confunde y me marea es la confusión entre extranjero (o inmigrante) y no humano. Y no se crea que yo esté exagerando. Durante una reciente conversación sobre inmigración con un grupo de estudiantes universitarios no hispanos, varios de esos estudiantes me dijeron que nunca habían pensado en los inmigrantes como seres humanos.

Quizá todas estas confusiones tengan un mismo origen, que quizá sea la confusión de creer que la realidad es lo que creemos que es. Pero ya es hora de dejar de pensar para no confundirnos más.

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