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Las apariencias engañan… y todo es apariencia

Hace muchos años, cuando yo era todavía un niño en la escuela primaria, la maestra nos pidió hacer un dibujo. Un compañero, Guillermo, completó la tarea y se la entregó a la maestra y (según recuerdo) ella el dijo que era “un dibujo muy pobre”. Guillermo entonces tomó dos monedas, las pegó en el dibujo y se lo volvió a entregar a la maestra. 

Recuerdo el incidente, pero no sé cómo terminó la historia. Pero ese momento quedó en mi memoria porque fue una de las primeras veces que tomé consciencia (aunque no lo pude verbalizar sino hasta mucho después en la vida) que las palabras tienen más de un significado y que la manera en que interpretamos las palabras tiene consecuencias en nuestras acciones.

Obviamente, cuando la maestra se refirió a “un dibujo pobre” ella estaba hablando de un dibujo básico al que podrían agregarse otros elementos para completarlo. Pero cuando Guillermo escuchó “pobre” lo entendió (quizá con picardía, quizá por su propia situación en la vida) como “carente de dinero”. Y eso lo llevó a actuar de la manera que lo hizo.

Todos nosotros estamos en una situación similar todos los días con cada palabra y cada frase que escuchamos porque, para reaccionar a lo que se nos dice y actuar consecuentemente, debemos primero interpretar esa frase. Y no existe ninguna garantía que nuestra interpretación sea la correcta. 

De hecho, la interpretación o, técnicamente, la hermenéutica es un antiquísimo problema que los griegos y romanos de hace milenios contextualizaron en el marco de las relaciones entre los seres humanos y los dioses. Después de todo, si los dioses les dicen algo a los humanos, es de suma importancia interpretar ese mensaje correctamente. 

El dios encargado de llevar los mensajes de los dioses a los humanos era Mercurio entre los romanos o Hermes para los griegos. Se lo reconoce por llevar alas en sus talones y en su casco. Además, su nombre en griego es el origen de nuestra palabra “hermenéutica” (proceso de interpretación).

Ahora bien, cuando alguien recibe un mensaje y lo entiende (sea como fuese que lo entienda), esa persona pasó de una situación en su vida a otra, de no saber a saber, de no entender a entender. Es decir, cruzó un “umbral”, por así decirlo. Por eso, Mercurio/Hermes también era el dios de los umbrales, sea en las puertas de las casas o en la entrada a la ciudad.

Pero Mercurio/Hermes, al llevar sus mensajes, nunca se presentaba como quien era, sino que se disfrazaba. No mentía ni engañaba: el mensaje era transmitido correctamente. Pero, debido al disfraz de Mercurio, el mensaje siempre tenía más de una interpretación. Siempre. Y más allá del mito, la situación no ha cambiado. 

Podemos reírnos que un niño pequeño entienda una palabra con un significado distinto al que su maestra intentaba darle. Pero ¿qué nos pasa a nosotros, los adultos, con palabras de gran impacto en nuestras vidas, como “pobreza”, “racismo”, “reforma” e incluso “democracia”? Mercurio/Hermes nos sigue engañando.

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