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La obsesión de apegarse a una sola solución nos limita y debilita

Francisco Miraval

Recientemente leí acerca de un experimento que, parece, se realizó en numerosas ocasiones, que prueba que desde temprana edad nos apegamos obsesivamente a una sola solución para un cierto problema, limitándose así la posibilidad de llegar a soluciones alternativas o novedosas, una situación contraproducente en un mundo en constante cambio.

El experimento en cuestión consistió en hacerle la misma pregunta a dos grupos de niños. En un grupo, todos tenían menos de 5 años. En el otro, todos eran mayores de esa edad.

Para el experimento, se ponía un pedazo de papel sobre una mesa y se encendía un ventilador que impedía que el papel se quedase sobre la mesa. Y luego se les pedía a los niños participantes que colocasen algo sobre el papel para que el papel no saliese volando.

Los niños menores de cinco años consistentemente usaban cualquier objeto pesado que encontrasen a mano (un libro, un juguete, sus propios zapatos) para impedir el movimiento del papel. Los niños mayores de cinco años consistentemente buscaban un pisapapeles y, si no lo encontraban, decían que no podían cumplir con lo que se les había pedido.

La conclusión es clara: cuanto más tiempo pasamos siendo “educados”, más se reducen las posibilidades de que pensemos o encontremos usos alternativos de los objetos a nuestro alrededor. Dicho de otro modo, más educación significa menos opciones de soluciones y, de hecho, significa una mayor obsesión con una sola solución.

El experimento mencionado me hizo recordar cuando, hace ya décadas, tomé una clase de psicología de la creativa y la profesora a cargo del curso nos hizo una sola pregunta: ¿Para qué sirve un ladrillo?

Luego de dar una serie de obvias respuestas, comenzaron a surgir respuestas más creativas, incluyendo la de que un ladrillo puede servir como pisapapeles. Al final del ejercicio, creo que teníamos varias docenas de usos de los ladrillos que nunca hasta ese momento habíamos reconocido.

Pero, contrariamente a lo que hacen los niños pequeños y los expertos en creatividad, nosotros vivimos encerrados en un mundo de soluciones predeterminadas y sin alternativas. Por ejemplo, si en una escuela los estudiantes no alcanzan un desempeño aceptable, la solución es destinar más dinero a esa escuela. Y si al año siguiente el problema se repite, la solución es destinar aún más dinero.

De la misma manera y con la misma ligereza se asumen muchas otras “soluciones”, como que para salir de la pobreza sólo hace falta encontrar un trabajo o que para ganar más dinero sólo hace falta obtener un título universitario. Y mejor ni mencionar las “soluciones” que se ofrecen a otros flagelos sociales y a los conflictos globales.

Obsesionarse con una única solución nos cierra la mente y, de hecho, nos encierra en la narcisista ilusión que, si el problema no se ajusta a nuestra “verdad”, entonces no tiene solución. Pero abrir nuestra mente, nuestro corazón y nuestra voluntad a impensadas realidades, nos fuerza a reconectarnos con la mejor versión de nosotros mismos, siendo nosotros mismos la solución buscada. 

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