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La comunicación se dificulta por la intolerancia y los estereotipos

Francisco Miraval

Recientemente llamé a una importante organización no lucrativa con la que tengo contacto desde hace muchos años y, como era de esperar, la recepcionista me preguntó mi nombre y el nombre de la persona con la que yo quería hablar. Luego transfirió mi llamada y me encontré con una sorpresa.

Quien me respondió no era la persona a quien yo quería llamar, sino una voluntaria que hablaba español. La voluntaria se disculpó diciendo que la persona con quien yo necesitaba hablar no entendía el español y por eso ella (la voluntaria) había recibido la llamada.

Le dije que el idioma no era un problema y que en realidad yo sí necesitaba comunicarme con la otra persona ya que, aunque con hablado con mi acento, es más que aceptable para todo tipo de comunicaciones. La voluntaria me dijo: “Ella no lo va a entender porque usted no habla bien el inglés”, y me cortó.

Pocos días después, llamé a una cierta institución educativa para pedir información sobre algunas actividades comunitarias. Como la persona en cuestión no estaba, simplemente dejé grabado en su correo de voz mi nombre y mi teléfono.

Algunas horas después recibí un llamado de esa misma institución, pero no de la persona a quien yo había llamado, sino de alguien más, que hablando en español me invitó a enrolarme en las clases de inglés que allí se ofrecen. Le pregunté cómo sabía él que yo no hablaba inglés y que presumiblemente yo necesitaba las clases. “Por su nombre”, me respondió.

Uno y otro caso revelan el ya inaceptable estereotipo que cree que si alguien tiene un nombre hispano, esa persona sólo habla español y no habla inglés o, si lo habla, no lo hace de una manera que pueda ser entendida. Ese difundido estereotipo se basa en tantas falsedades que está muy cerca de ser racismo e intolerancia y, como tales, debe ser rechazado.

Todos, obviamente, tenemos nuestros propios estereotipos y somos culpables de asumir demasiadas cosas sobre otras personas sólo sobre la base de su nombre o de su apariencia física. Y yo soy tan culpable como cualquier otra persona.

Hace algunos años asistí a una reunión de un grupo de inmigrantes hispanos en Denver. Se anunció que la reunión se conduciría en español y que habría algunos invitados. Miré alrededor y vi a un señor de piel oscura sólo en un rincón, sin hablar con nadie. Claramente, pensé, se trataba de un invitado afroamericano que no hablaba español. Por eso, me acerqué a él y me presenté en inglés.

Todavía recuerdo su respuesta: “¿Por qué me hablas en inglés si el español es el único idioma que conozco?” Contrariamente a mi estereotipo, no era un afroamericano, sino un visitante centroamericano. Le pedí perdón y aprendí mi lección.

En el mundo globalizado e interconectado en el que vivimos, ya no podemos aceptar el estereotipo que ningún hispano habla inglés o que todos los hispanos necesitan clases de inglés. No solamente es algo absolutamente incorrecto, sino también ridículo.

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