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Hay preguntas que revelan mucho más que sólo ignorancia

Recientemente alguien se acercó y me pidió permiso para hacerme una pregunta. Casi sin esperar permiso, esta persona me preguntó: ¿Cuál cree usted que es la mejor manera de terminar con la pobreza en el mundo?

No existe ninguna posibilidad en este universo ni, creo, en ninguno de los universos paralelos que yo pueda proveer una respuesta adecuada a tan profunda pregunta. Si yo tuviese una respuesta medianamente inteligente, con gusto la compartiría. Pero todo eso resulta obvia.

Lo que no es tan obvio al relatar esta historia es el tono con el que se hizo la pregunta, un tono que incluía una interesante mezcla de altanería intelectual, ignorancia y expectativas. En definitiva, se trataba de una pregunta muy importante pronunciada por alguien sin consciencia plena de lo que estaba preguntando.

La pregunta fue presentada de tal manera que hubiese sido casi lo mismo preguntarme cuál es, en mi opinión, la mejor manera de reacomodar las sillas en la cubierta del Titanic o cuál es la mejor dieta para que Buda baje de peso o para que Gandhi suba de peso. (Gandhi, dicho sea de paso, consideraba a la pobreza como una forma de violencia.)

Mis sospechas sobre la mezcla de insinceridad e ignorancia por parte de interlocutor se confirmaron cuando poco después de expresar su pregunta y antes de que yo siquiera pudiese decir que no esperase una respuesta coherente de mi parte, la otra persona comenzó a hablar de los pobres y de la pobreza claramente desconociendo el tema.

Conocer estadísticas no quiere decir conocer un tema. Haber hablado con algunos dirigentes no quiere decir conocer un tema. Haber consultado algunas publicaciones no quiere decir conocer un tema, como tampoco se conoce algo por tener ideas de “cómo resolverlo”.

Quedó entonces claro que, a pesar de las buenas intenciones y del alto nivel académico de esta persona, su verdadera meta, que esta persona realmente no podía ver, consistía más bien en acomodar al mundo a sus deseos que abrirse al mundo y, mostrándose conscientemente vulnerable, dejar que el mundo le hablase.

Dicho de otro modo, sus esfuerzos se enfocaban en ayudar a las personas a funcionar adecuadamente en una sociedad disfuncional. O, en otras palabras, su propósito era que las personas se conectasen exitosamente con precisamente el mismo sistema que marginaliza a esas personas.

Alguna vez escuché decir (creo que fue el Dr. Paul Masters) que ayudar a alguien a funcionar adecuadamente en una sociedad disfuncional no es ayudarlo en absoluto. Pero si uno mismo forma parte de esa sociedad, uno acepta esa disfuncionalidad como normal y, por eso, quiere ayudar a quienes no se pliegan a la aceptación ciega de esa normalidad.

Como repetía con frecuencia uno de mis profesores, el orden es sólo el caos al que estamos acostumbrados. Para decirlo de otra manera, la normalidad es sólo la anormalidad que se repite diariamente.

Comprendí entonces mi propia culpabilidad de cometer precisamente lo que critico, al plantear yo mismo preguntas insensatas basadas en presuposiciones nunca examinadas.

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