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Estoy agradecido por los libros olvidados y casi perdidos

Entre las razones para estar agradecido (no solamente cuando se celebra el Día de Acción de Gracias, sino todos los días) elijo esta vez compartir una de mis razones preferidas, quizá no la primera de la lista, pero ciertamente un motivo de constante gratitud: los libros olvidados y casi perdidos.

Se trata de esos libros que uno los lee y luego encuentran un lugar entre los otros libros de la biblioteca y allí quedan, esperando ser reencontrado y releídos algún día. Cada libro tiene su propia personalidad: algunos prefieren esconderse (quizá por su edad o por su contenido) y otros parecen pedir que no nos olvidemos de ellos.

Pero, a pesar de sus mejores esfuerzos, siempre habrá algún libro que uno se olvida que ya lo leyó, o que uno recuerda haberlo leído, pero ya se olvidó de lo que se libro decía. Y otros libros quedan tal olvidados que uno se olvida que los olvidó. Las aguas del Leteo los cubren perpetuamente.

A veces, sin embargo, una frase, una palabra, un pensamiento y una simple casualidad (uno busca un libro y encuentra otro) permiten que el libro olvidado sea recordado y el libro en cuestión adquiere una nueva vida, una especie de resurrección o de metamorfosis, porque deja de ser el libro que era antes para ser el libro que es ahora.

La gratitud, sin embargo, no se basa en el mero reencuentro físico con el libro, sino en algo más profundo: uno se reencuentra con uno mismo, con los pensamientos y emociones que uno sintió la primera vez que uno leyó el libro antes olvidado y ahora recuperado.

Las preguntas y las marcas en los márgenes del libro nos hacen ver cuánto no entendimos la primera vez que leímos ese libro y nos advierten entonces a no creer que esta vez sí lo entendimos. Quizá hayamos ganado algo de terreno, pero el diálogo con el libro y con uno mismo (el que uno era antes y el que uno es ahora) continuará.

Los párrafos subrayados o las notas sobre conceptos o temas importantes o centrales nos retrotraen al momento en que esos párrafos y esas ideas era una novedad, un descubrimiento, un desafío. Y, por eso, al redescubrirlos, se transforman en una invitación a abrir la mente y el corazón a nuevos descubrimientos y a nuevos desafíos.

Olvidado, arrinconado, empolvado el libro es sólo una acumulación de papel y tinta. Pero al abrirlo y leerlo, se abre la mente y uno aprende entonces a leerse a uno mismo. Como alguna vez me dijo un sabio abuelo de la comunidad: “Uno empieza leyendo libros y termina leyendo personas”. 

Por eso, entre las muchas razones de agradecimiento, me siento agradecido por aquellos libros que pacientemente esperan que uno llegue a ellos, o que uno, ya mejor preparado, regrese a ellos para comprobar cuánto uno realmente ha progresado en la vida en vez de cuánto uno cree que ha progresado. 

Vaya, entonces, mi gratitud a todos los libros perdidos y olvidados.  

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