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Este año, aprendamos a dejar en el pasado inoperantes modelos de pensar y actuar

Francisco Miraval

Durante mucho tiempo, en otra etapa de mi vida, pensé que yo era (por así decirlo) el dueño de la verdad. Ya no lo creo así. Y luego pensé que, si no era el dueño, por lo menos la tenía alquilada (con perdón a Anthony de Mello). Tampoco lo creo, porque, después de todo, vivimos en una sociedad post-moderna y post-verdad.  ¿Qué nos queda, entonces?

Nos queda entender y aceptar que debemos aprender a dejar en el pasado aquellos modelos de pensar y actuar, ahora inoperantes, que ya no nos sirven para el presente ni mucho menos para el futuro. Y no se trata de que aquellos modelos están o estaban equivocados, sino que ahora estamos en otra época y otro contexto.

De la misma manera que al ir creciendo dejamos de lado muchas de las cosas que hacíamos de niños, la madurez (o mejor dicho la inmadurez) de la cultura global actual parece obligarnos a dejar de lado aquello que creíamos inmutable e irreemplazable, no para ajustarnos a la nueva realidad, sino para no perder ni la calma ni la cordura.

Para dar un ejemplo, si quisiese conducir mi carro en Denver, Colorado, como alguna vez lo hice en mi Buenos Aires natal, no duraría en la calle sino unos pocos minutos antes de tener o causar problemas. Y, a la vez, si quisiese conducir en Buenos Aires como lo hago en Denver, simplemente no podría.

Dicho de otro modo, el hecho que una manera de pensar y actuar haya funcionado adecuadamente en un cierto contexto y en un cierto tiempo no significa que esa manera de pensar y actuar funcionará en todos los tiempos y en todos los lugares ni, mucho menos, que esa manera de pensar y actuar sea la única aceptable o, peor aún, la “única verdad”.

Aferrarnos a esas antiguas maneras de pensar y actuar que alguna vez nos fueron tan útiles sería tan ridículo como aferrarse a algunas de las creencias que uno tenía de niño. Y sigue siendo ridículo, aunque esa actitud de volver al pasado y de encerrarse en el pasado se haya puesto de moda.

De hecho, esa actitud de refugiarse en un pasado que ya no existe parece ser más un mecanismo de defensa que revela adecuadamente la complejidad de los desafíos del complicado presente y del inimaginable futuro que una estrategia adecuada para resolver los problemas actuales y futuros.

En medio de cambios impensables hasta hace pocos años, tanto en tecnología (inteligencia artificial) como en la sociedad (globalización) y en la manera de pensar (post-verdad), creer que aquello a lo que estamos acostumbrados sigue siendo válido es aferrarse a una ilusión, una más de las tantas ilusiones a las que nos hemos aferrado los humanos a lo largo de la historia.

Por eso, mi meta para este año es aprender algo que no he aprendido hasta ahora y es aprender lo que tengo que dejar de pensar y hacer para llegar a ser lo que puedo y debo ser.  

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