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En la trampa del éxito, el que pierde gana

Hace algún tiempo leí una historia relatando el caso de una señora hispana en Denver quien, en un concurso organizado por una entidad caritativa local, se ganó una lujosísima casa nueva. Tantos fueron los problemas que ese premio le causó que ella hubiese preferido perder.

Resulta que la casa en cuestión estaba en un distrito escolar distinto al que iban sus hijos, lo cual obligó a un cambio de escuelas. Además, había que terminar los jardines e instalar cercas, un gasto que la “ganadora” no podía afrontar.

Y aunque ella hubiese tenido dinero para los jardines, simplemente no contaba con los recursos suficientes como para cubrir los gastos de mantenimiento de la nueva propiedad.

Si no recuerdo mal, tampoco podía pedir que en vez de la vivienda se le diese dinero en efectivo, ni podía vender la vivienda inmediatamente, por las reglas del concurso. Lo último que sé es que la “ganadora” y su familia decidieron pasar la Navidad en su nueva vivienda, que aparentemente luego quedó abandonada.

Pensé en esa historia como un ejemplo de que a veces, en la trampa del “éxito”, el que pierde es el que realmente gana y el que gana realmente pierde.

Eso es lo que le pasó a una persona conocida, que después de muchos años de trabajo en la oscuridad finalmente recibió la oportunidad de trabajar para una importante empresa, con un importante salario e incluso una oficina grande y modernísima.

En poco tiempo, esta persona estaba disfrutando de una vida que hasta ese momento parecía inaccesible, incluyendo reuniones con influyentes personalidades e invitaciones a exclusivos eventos. Pero todo ese “éxito” llegó con un costo, ya que descuidó su rutina de ejercicios y de meditación, dejó de asistir a servicios religiosos y comenzó a tener problemas con su familia.

En definitiva, el “éxito” la llevó a perder aquellas cosas que ella más valoraba y por las que precisamente quería tener éxito, es decir, dejó de ser quien era, lo cual constituye habitualmente el precio que se paga por el “éxito”.

Esa es la sensación que también me dejó otro ejemplo de “éxito”, el de un cierto programa de televisión que muestra a dos conocidísimos cantantes estadounidenses de origen hispano viajando por América Latina para buscar artistas para un nuevo espectáculo en Las Vegas.

Semana tras semana ese programa muestra cómo quienes no fueron elegidos se regresan llorando a sus países. ¿Pero quiénes en realidad pierden más, aquellos que se regresan o aquellos que se quedan?

Estos últimos ya no pueden formar parte de los grupos a los que antes pertenecían y ya no tienen la libertad de actuar donde y cuándo quieran. Para “triunfar”, deben dejare de ser ellos mismos, incluyendo alejarse de su familia y de sus culturas.

Los “perdedores” (los que no fueron seleccionados) quizá sean los verdaderos ganadores. Es verdad que regresan a un ambiente en el que hay que luchar para sobrevivir, pero regresan como ellos mismos, con todas sus grandes tristezas, pero también con toda su libertad.

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