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Delicias tecnológicas: mi teléfono viejo no funciona y el nuevo tampoco

Un día de la semana pasada decidí tomar una corta siesta y, para asegurarme de despertarme a tiempo, activé el despertador de mi teléfono a una cierta hora. A la hora indicada, el despertador comenzó a sonar, por lo que, obviamente, traté de apagarlo, pero no pude. Repentina y silenciosamente, mientras yo dormía, mi teléfono dejó de funcionar.

Sin importar qué tecla yo tocase, el despertador seguía sonando. Finalmente, le quité la batería al teléfono, seguí los pasos indicados para tratar de corregir el problema, reinstalé la batería e inmediatamente el despertador comenzó a sonar otra vez.

Yo ya estaba buscando un martillo para resolver el problema cuando mi esposa sugirió que sería mejor comprar un nuevo teléfono. Le sobraban razones a esa sugerencia, ya que el teléfono que yo usaba, uno de esos pequeños y con teclado externo, sólo servía para hablar por teléfono y no mucho más.

Consciente de la trampa que la tecnología me había tendido, pero sin encontrar la manera de escaparme del dilema, decidí comprar un nuevo teléfono con la meta de poder hablar por teléfono. Tras esperar pacientemente que se cargase la batería del nuevo teléfono, casi inmediatamente vi una pantalla tan llena de colores y de movimiento que me dejó hasta un poco mareado.

El nuevo teléfono es fantástico y sirve para tantísimas cosas, excepto, claro, para hablar por teléfono. Resulta que para poder hacer llamadas, la compañía telefónica debe tener en sus archivos la dirección de mi casa, por las dudas que yo llame al número de emergencia 911.

Pero para darle esa información a la compañía, primero tengo que registrar el nuevo aparato. Y para registrar el aparato, debo hacerlo usando el teléfono. Pero no puedo hacer esa llamada porque la compañía no tiene mi dirección actualizada. Tampoco sirvió ir directamente al sitio de Internet de la compañía telefónica o llamar desde otro teléfono.

Resulta realmente paradójico que ahora tengo en mis manos un aparato que me permite saber el clima en Beijing, encontrar constelaciones y estrellas, escuchar radios de Argentina, contar cuántos pasos camino por día, iniciar videoconferencias, y muchas otras cosas, pero no me deja hacer o recibir llamadas tradicionales.

Finalmente, tras cuatro llamados y otras tantas horas en el teléfono, y tras un par de visitas en dos días distintos a la tienda donde compré el aparato, fue posible registrar mi aparato, actualizar mi dirección y dejar todo en orden para que mi teléfono funcionase como teléfono. Ahora sólo debo aprender qué secuencia de botones y movimientos debo seguir para llamar o para aceptar llamadas.

La experiencia de tener dos teléfonos, uno viejo y uno nuevo,  sin que ninguno de los dos funcionase, resultó frustrante. Pero también es frustrante que la obsolescencia tecnológica planificada lleve a aceptar forzadamente tecnologías que uno no está interesado.

Por eso, me pregunto qué otras tecnologías, quizá mucho más controversiales que un simple “teléfono inteligente”, nos veremos obligados a aceptar en el futuro cercano, en el que quizá seremos reemplazados por computadoras cuánticas.

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