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Dejemos ya de reunirnos en la peor habitación del sótano de la vida

Hace muchos años, cuando mi esposa y yo nos desempeñábamos como pastores de una congregación evangélica en Denver, las reuniones de nuestro grupo hispano las teníamos en una sala del sótano (subsuelo) de la iglesia, junto a donde estaba la caldera o calefacción del edificio.

Esa situación de tener que reunirnos en uno de los lugares menos agradables del edificio me quedó grabada como un símbolo del poco valor que incluso dentro de la iglesia y en nombre de Dios, la cultura predominante le daba a los hispanos.

Por ser pocos, tener poco dinero y hablar español, se nos relegaba al sótano de la iglesia y se nos ponía junto a la caldera y al armario en el que el personal de limpieza guardaba sus implementos.

Parecía que el santuario principal estaba abierto únicamente para personas de cierto color de piel, cierto nivel económico y cierto idioma.

Debido a distintas circunstancias, ya no seguimos en esa congregación sino que comenzamos a asistir a otra iglesia hasta que una mudanza hace pocos años nos obligó nuevamente a cambiar de iglesia.

Fuimos entonces una iglesia que recientemente se había construido cerca de nuestra casa y al llegar preguntamos por el grupo hispano. En broma le dije a mi esposa que lo único que faltaba era que el grupo hispano estuviese reunido en el sótano y junto a la calefacción. Lamentablemente, así era.

A 15 años de aquella primera experiencia de ser relegado al sótano, y a pesar de todo lo que desde entonces ha progresado la comunidad hispana, me reencontré con la realidad de aún en las iglesias más nuevas los hispanos seguían reuniéndose en el sótano.

Me pregunto si se les permitía a los hispanos reunirse en el sótano porque no había nada más abajo, porque creo que si estas iglesias modernas tuviesen catacumbas, allí enviarían a quienes se consideren indignos de participar de las actividades del santuario principal.

Tanta fui la indignación que mi esposa y yo sentimos ante ese nuevo ejemplo de falta de respeto hacia las minorías que desde entonces (hace dos años) nos comprometimos a redoblar nuestros esfuerzos de ayuda a la comunidad hispana.

Por eso, la semana pasada organizamos una reunión comunitaria en otra iglesia, con el propósito de compartir nuevas oportunidades para pequeñas empresas hispanas.

La reunión fue bien concurrida y los participantes expresaron su agradecimiento por la información recibida. Pero a pesar de que se cumplieron los objetivos del encuentro, me fui con un cierto sabor amargo en mi boca porque ese encuentro se realizó (sí, usted ya lo adivinó) en el sótano de la iglesia junto a la calefacción.

Ya es hora de dejar de lado las estructuras mentales con las que nos han condicionado para relegarnos y para que nosotros mismos nos releguemos a una vida en el sótano o al sótano de la vida.

No se trata de desalojar a nadie del lugar que le corresponda en el santuario de la vida sino que nosotros lleguemos a ocupar nuestro propio lugar.

 

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