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Debemos aprender a reconocer cuando la vida nos convoca a la acción

Recientemente un hombre salió a recorrer las montañas en Colorado, Estados Unidos y, como sucede con cierta frecuencia, se perdió. Cuando el hombre no regresó a tiempo al lugar donde lo esperaba su familia, la familia alertó a las autoridades para que comenzase la búsqueda. Pero antes de salir a buscarlo, el equipo de rescate decidió llamar al hombre por teléfono.

De hecho, los rescatistas llamaron varias veces, pero sin éxito alguno. Por razones en ese momento desconocidas, el hombre no respondió. Obviamente, podría tratarse simplemente de que el hombre estaba en un lugar donde no había señal. O quizá se le había acabado la batería al teléfono. La familia, sin embargo, presentía lo peor. 

Finalmente, al día siguiente y con cierta dificultad propia del terreno montañoso, el equipo de rescate localizó al hombre perdido y, para el asombro y el alivio de todos, lo encontraron en excelentes condiciones de salud. Aun más, en el lugar donde el hombre se había perdido había señal para el teléfono. Y la batería del aparato aún tenía suficiente carga. 

Le preguntaron entonces por qué él no había respondido a los numerosos llamados telefónicos ya que, de haberlo hecho, hubiese traído tranquilidad a la familia y los rescatistas no habrían pasado horas y horas tratando de localizarlo.

La respuesta del hombre fue inmediata y contundente: “Porque no reconocí los números desde donde me llamaban”. 

Perdido en la montaña, sin encontrar el camino de regreso, el hombre podría haber recibido ayuda completa e inmediata si simplemente hubiese contestado un llamado de los rescatistas y haber dicho “¡Hola!” Sin embargo, decidió ignorar esos llamados, dándole prioridad a sus miedos e ignorancia, e incluso al hecho de seguir perdido, que a aceptar la ayuda salvadora. 

Seamos honestos: nosotros hacemos exactamente lo mismo en nuestras vidas diarias. Allí andamos, caminando sin rumbo por la vida y viviendo vidas sin sentido (entendido como dirección de marcha y también como significado). 

Y entonces, cuando aquellos a nuestro alrededor (mayormente la familia o los amigos, pero no necesariamente) se dan cuenta que estamos perdidos y deciden intervenir para ayudarnos, cuando ese mensaje de ayuda llega a nosotros simplemente lo ignoramos.

“Es que yo estaba muy ocupado”, decimos. O quizá “Yo no conozco a esa persona o ese grupo, así que mejor no les dejo que me ayuden”. O, aún peor, “Ya me acostumbré a esta vida de perdido y no sé cómo vivir de otra manera”.

En otras palabras, la vida misma nos llama, nos convoca a la acción, nos ofrece una convocatoria y una vocación para que nuestra vida tenga dirección y propósito, y ni siquiera abrimos nuestra mente, nuestro corazón y nuestra voluntad por lo menos para decir “¡Hola!”. 

Y, al contrario de lo que sucedió con el hombre en Colorado que fue rescatado y todo terminó bien para él, cuando nos negamos a escuchar el llamado de la vida pocas veces las cosas terminan bien. De hecho, tenemos los problemas que tenemos por no responderle a la vida. 

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