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De la estabilidad al riesgo y del progreso al temor


El reciente reporte de las Naciones Unidas sobre la difícil situación en la que se encuentra la humanidad debido a la difícil situación en la que se encuentra el planeta (y negarse a ver el desafío no lo resuelve) me llevó a pensar en un libro que leí hace algún tiempo sobre el paso de una sociedad estable a una sociedad en constante riesgo.

Hace 30 años, el sociólogo alemán Ulrich Beck advertía en su libro La Sociedad del Riesgo que la “nueva modernidad” era (es) similar a “construir una civilización sobre un volcán” en donde, por falta de estabilidad social, todo se vuelve política, todo se vuelve fragmentario y conflictivo, y, en definitiva, hasta la ciencia es una razón para volver al oscurantismo.

Obviamente, Beck tenía razón y estamos ahora viviendo y padeciendo esa transformación de la sociedad humana global, antes relativamente estable, a una sociedad que constantemente vive al borde del precipicio, sin nunca saber dónde surgirá el próximo conflicto, de dónde vendrá el próximo virus, o cuánto tiempo durará la locura actual. 

En otras palabras, vivimos en un mundo volátil, incierto, complejo y ambiguo (VUCA, por las iniciales de esas palabras en inglés), descripto por primera vez como tal en 1987 por Warren Bennis y Burt Nanus en el marco de su teoría de liderazgo en condiciones y situaciones altamente inestables. 

La Revista de Negocios de Harvard (HBR) revisitó el tema en 2014 indicando que la volatilidad, incertidumbre, complejidad y ambigüedad del mundo actual han sido tomadas, erróneamente, como base de la inacción y del fatalismo, mientras que en realidad son una invitación a restructurar recursos, diseñar experimentos, capacitarse para el nuevo futuro y aprender a recibir, interpretar y compartir información relevante. 

Aunque ese consejo es absolutamente cierto, existe sin embargo un factor que complica su implementación: la pandemia del COVID-19 y sus consecuencias. Pero incluso antes de la pandemia, en 2018, otro pensador alemán, Hartmut Rosa, advertía que “ya no nos mueve la idea del progreso, sino la amenaza de un desastre”.

Esa amenaza de desastre ya se concretó: el coronavirus llegó, el clima del mundo cambió, y lo que parecía impensable (la extinción de la humanidad) parece ahora una posibilidad real. Como bien dice Rosa, nos enfrentamos a un mundo en el que ya no podemos habitar y al que ya no pertenecemos. Dicho de otro modo, estamos agotados del mundo. (La “sociedad del cansancio” de la que habla Byung-Chul Han).

A esta situación, Rosa la describe como “la nueva pobreza”, que ya no es una “pobreza” por carecer de dinero o de recursos, sino una pobreza existencial por carecer de una vida con propósito. 

Ya a mediados del siglo pasado el antropólogo estadounidense Oscar Lewis caracterizaba la pobreza como la incapacidad de una generación para preparar a la siguiente generación para su propio futuro. 

Y tanto nos hemos “empobrecido” que ahora vivimos en un mundo inestable, riesgoso, estancado y al borde del desastre. Y luego nos autodenominamos “inteligentes”, “modernos” y “avanzados”. ¡Qué gran engaño! 

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