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Cuánto más expandas tu pasado, más expandirás tu futuro

En el último capítulo de su libro escrito en 1932 sobre los filósofos del siglo 18, el historiador estadounidense Carl Becker argumenta (en mi opinión, acertadamente) que cuánto más una expanda la consciencia de su propio pasado (tanto a nivel personal como histórico), más expandirá uno su propio futuro.

Específicamente, dice Becker, “Cuánto más del pasado uno trae al presente consciente, más de un hipotético futuro se agolpa en el presente”.  Goethe decía algo similar cuando afirmaba que se deben conocer 3000 años de historia para no vagabundear en la oscuridad del presente. Y Agustín de Hipona, en sus Confesiones, hablaba de la memoria como punto de partida del futuro.

Para citar nuevamente a Becker: “Si nuestros recuerdos del pasado son cortos y vacíos, nuestras anticipaciones del porvenir también probablemente lo serán”. O, como Becker lo explica: “Las riquezas y extensión de uno (el futuro) dependen de esas mismas características en el otro (el pasado)”.

Pero si aceptamos lo que dice Becker, es decir, que la duración y profundidad de nuestro pasado determina o por lo menos anticipa con cierta probabilidad la duración y profundidad de nuestro futuro, ¿qué significa eso para nosotros, ciudadanos del siglo 21 que vivimos atrapados en un efímero presente, tan efímero que se vuelve inmediatamente obsoleto?

¿Significa eso que nuestro futuro también será efímero y automáticamente obsoleto? En mi opinión (basada en años de estudios y lecturas sobre el tema), sí.

Si todo aquello de lo cual tenemos consciencia es el “hoy” y, aún peor, un “hoy” descontextualizado y sin historia (como si lo que sucede hoy hubiese surgido espontáneamente), entonces tampoco tendremos consciencia del futuro emergente, que ya no es continuidad del pasado ni puede entenderse a partir del pasado.

En otras palabras, el pasado, lejos de ser algo que ya pasó, es, argumenta Becker, la consciencia presente de lo que ya pasó. Desde esa perspectiva, todo pasado y toda historia son presente. Y por eso mismo, el futuro no es algo que todavía no pasó, sino algo que ya existe en el presente, tengamos o no consciencia de esa existencia.

Pero si ni siquiera tenemos consciencia de nosotros mismos, si vivimos en un perpetuo estado de autoalienación, si combatimos nuestra transformación (metamorfosis) como la oruga combate la suya creyéndola una enfermedad, entonces jamás podremos conocer nuestro pasado ni conectarnos con la fuente de lo que somos. Por eso mismo, no podremos conectarnos con la mejor versión futura de nosotros mismos para traerla al presente.

Eso no significa que vivamos vidas desagradables, problemáticas o miserables. Ni tampoco nos hace malas personas (o buenas). Sólo significa que hemos adoptado un modelo de eventos autolimitante.

Como dice Becker, “la memoria del pasado y la anticipación del futuro trabajan juntas, sin disputarse ni prioridad ni liderazgo”. Desde esa perspectiva la consciencia del presente es un patrón de pensamiento en el que instantáneamente se entrelazan los recuerdos y las anticipaciones.

Más sucintamente, si no recordamos a nuestros abuelos (o nuestros ancestros) no podremos pensar en nuestros nietos (posteridad.) 

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