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Cómo detectar errores donde no los hay y sin pedir disculpas

Francisco Miraval

Recientemente recibí un correo electrónico de uno de los estudiantes en la clase de español puntualizando que él había detectado un error en el libro de texto. El error, me informó el estudiante, consistía en que el libro decía “amamos”, por lo que claramente se habían olvidado de agregar el “nosotros”.

Estuve tentado a responderle como alguna vez escuché en mi Argentina natal: “No me molesta su ignorancia. Me molesta que no la oculte.”

Obviamente, mi respuesta fue mucho más pedagógica, explicándole a mi alumno que en español, al contrario de lo que sucede en inglés, el uso del pronombre personal antes del verbo es opcional, dependiendo del estilo, del énfasis, o de la posibilidad de ambigüedad.

Otro estudiante me escribió para decirme que había un error en el temario del curso de filosofía, ya que figuraban cuatro libros de texto cuando, en su opinión, debería aparecer solamente un libro. Ni por un momento, me enteré después, ese alumno pensó que los cuatro libros eran de lectura obligatoria. Sinceramente creyó que era un error, me dijo.

En otra clase, una estudiante me envió un mensaje diciéndome que yo me había equivocado al no indicar qué páginas de un cierto libro había que leer para la clase siguiente. Mi respuesta fue muy breve: Todas.

En mi opinión, esas situaciones y otras similares en las que se detectan supuestos errores donde no los hay son síntomas de dos tristes realidades: la prevalente y arrogante actitud narcisista que impide el aprendizaje, y la fragmentación de la comunicación que nos obliga a reducir el diálogo a unas cuantas líneas o palabras.

La arrogancia del narcisismo nos hace creer que el error siempre radica en el otro y no en nosotros, como aquella vieja historia del conductor que al ver que todos los automóviles vienen en su dirección se pregunta qué pasará que todos los otros conductores circulan contramano, sin advertir que es él quien va en la dirección equivocada.

La fragmentación de la comunicación queda en evidencia en la multiplicación de plataformas de comunicación, ninguna de las cuales, dicho sea de paso, fomenta la elaboración de pensamientos o el respetuoso análisis de lo que se ve o lo que se escucha.

Si el asumir que el otro comete errores sin reconocer que quizá el error esté en nosotros es un síntoma de la falta de pensamiento crítico (de allí la actitud narcisista y la comunicación incompleta), ¿a qué se debe esa falta de pensamiento crítico?

Parte de la respuesta son dos recientes estudios, uno publicado por la Fundación Gates y el otro por el Consorcio de Investigaciones Escolares de Chicago (CCSR, en inglés) que revelan que maestros y profesores saben cómo cambiar la conducta de los estudiantes, pero no cómo enseñarles a resolver problemas, razonar y conectar el presente con el pasado.

En otras palabras, las escuelas ya no enseñan a pensar. Por eso, todos los errores parecen ajenos, excepto los errores en estas columnas, que son solamente nuestros y siempre abiertos al diálogo.

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