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Algunas lecciones que me hubiese gustado haber aprendido antes

Las lecciones que aquí comparto debería haberlas aprendido hace mucho tiempo, pero recién ahora lo he hecho. Por eso quiero compartirlas, con la esperanza de que otros no deban esperar tanto en la vida como me sucedió a mí para aprender y para implementar esas lecciones.

Ante todo, acabo de aprender que lo contrario de una mente abierta no es una mente cerrada, sino una mente vacía.

Esa expresión me hizo pensar en que muchas veces erróneamente asumimos que lo que nosotros pensamos es todo lo que existe para pensar y que, por eso, no existe nada más que pueda desafiar nuestros pensamientos o creencias, y entonces “vaciamos” la mente de toda idea o experiencia que contradiga nuestras ideas o que no se ajuste a nuestras doctrinas.

Dicho de otro modo, una mente vacía quiere y busca permanecer vacía, no por una decisión consciente de desaprender lo viejo para aprender algo nuevo, sino por una decisión probablemente consciente de no aprender nada porque se asume que ya se sabe todo o que no hay nada para aprender.

Ya en la antigüedad se advertía sobre los peligros de dejar la “casa” vacía, porque uno nunca sabe qué o quién llegará para usurparla.

También aprendí otra frase similar: de nada sirve tener buenos ojos si la ceguera está en el cerebro. Esta frase, obviamente, se relaciona con la que dice que no hay peor ciego que el que no quiere ver. Pero el enfoque es un poco distinto.

Básicamente, la ceguera cerebral es algo de lo que todos padecemos y no necesariamente por deficiencias morales o por incapacidad intelectual. Podríamos decir, pero no para excusar nuestra propia responsabilidad, que todos tenemos puntos ciegos en nuestro cerebro.

Así lo demuestra el famoso experimento en el que se les pide a los estudiantes que cuenten cuántos pases se realizan en un juego de baloncesto y los estudiantes están tan concentrados en esa tarea que no advierten que alguien disfrazado de gorila está en el campo de juego. Vemos lo que vemos, es decir, lo que podemos ver y lo que queremos ver.

Como decía Annais Nin, no vemos las cosas como son, sino como somos.

Y finalmente aprendí otra frase. Todos escuchamos que si le damos un pescado a un hombre, ese hombre comerá por un día y si le enseñamos a pescar, comerá todos los días. Esa frase es conocida. Lo que yo no había entendido que el sentido profundo de la frase es el acto de enseñar, no de pescar.

Si le enseñamos a alguien a pescar, por el hecho de habérselo enseñado, ahora nosotros sabremos cómo enseñarle a otros y el hombre en cuestión habrá aprendido a enseñar él mismo a otros, es decir, lo que habitualmente se conoce como plasticidad transgeneracional.

Pero no hay enseñanza posible con un cerebro ciego ni con una mente vacía o con un corazón cerrado. Y no podemos permanecer ni ciegos, ni vacíos ni cerrados en un momento crítico y transformacional de nuestra historia humana.

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