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A veces ser y mantenerse pequeño tiene sus grandes ventajas

Francisco Miraval

Navegando por Internet, recientemente me encontré con una historia sobre pequeñísimas bibliotecas, creadas por personas que sólo quieren fomentar el amor por la lectura y el intercambio de libros en todo el mundo.

Esas bibliotecas en miniatura no dependen de subsidios gubernamentales ni de ayuda pública, sino que cada persona interesada construye una caja (algunas de ellas, muy creativas) para resguardar los libros, ubica la caja y los libros en un lugar de fácil acceso para quienes quieran leer, incluyendo los niños, y deja que la gente lea. Así de sencillo.

La nota que leí decía que en algunos lugares el personal de servicio público, como recolectores de residuos u operarios municipales, son quienes más usan las mini-bibliotecas, llevando y trayendo libros semanalmente.

Y hace un par de meses entrevisté al dueño de una tienda de conveniencia en Provo, Utah, quien creó una mini-biblioteca dentro de su establecimiento para que los niños de ese vecindario pudiesen leer libros. Cuando los devuelven, pueden intercambiarlos por golosinas o regalitos, o por otros libros. Más del 90 por ciento de los niños prefiere otros libros, me dijo el empresario.

Si existen mini-bibliotecas, ¿por qué no pueden existir micro-naciones? De hecho, existen numerosas micro-naciones que, aunque no son reconocidas como estados soberanos, buscan con sus acciones llamar la atención sobre numerosos problemas muy reales, como las problemáticas relaciones internacionales, el abuso de los recursos naturales, o simplemente la incompetencia de los gobiernos.

Algunas de esas micro-naciones, como una ciudad en Gales y otra en Italia, afirman que fueron creadas en la Edad Media, hace cientos de años. Otras son recientes, como el Imperio Ruso, creado en un atolón en las Islas Cook del Océano Pacífico en 2011.  

Aunque las mini-bibliotecas parecen útiles y las micro-naciones divertidas unas y otras demuestran el principio de lo que Shane Claiborne, en su libro La Revolución Irresistible, caracteriza como “crecer cada vez más pequeño” para lograr tener el impacto que uno quiere tener para ayudar a otros y para crear una sociedad más justa y humana.

Claiborne, que se describe como una “radical ordinario”, afirma que a veces las organizaciones crecen tanto y llegan a ser tan grandes que por eso mismo pierden la capacidad de ayudar o de implementar cambios.

Por el contrario, organizaciones pequeñas, tienen, por eso mismo, la oportunidad de crear micro-cambios que, en muchos casos, tienen más impacto y son más permanentes que los grandes programas de las grandes organizaciones (quienes, dicho sea de paso, generalmente se llevan casi toda la publicidad).

No aconsejo fundar una micro-nación, pero crear una mini-biblioteca puede ser no solamente divertido, sino también de ayuda para la comunidad. Pero hay muchos otros micro-proyectos que se pueden hacer sin dinero, pero con mucha pasión, creatividad y efectividad.

En la antigüedad se enseñaba que una micro-acción tan pequeña como compartir un vaso con agua a una persona sedienta era algo de gran ayuda para toda la comunidad, con impensadas y duraderas consecuencias. Quizá sea hora de retornar a aquellas antiguas lecciones.

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