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A veces los partidos se definen en el último minuto de juego

Francisco Miraval

Debo confesar que recientemente he tomado decisiones equivocadas con respecto a ciertos partidos de futbol. Y no sé si se trata de que ya me estoy poniendo viejo y por lo tanto intolerante al suspenso, o si ya no siento la misma pasión que antes sentía por ese deporte. O quizá simplemente me equivoqué.

Recientemente, me equipo favorito (Boca Juniors) jugó un partido del torneo local con suplentes e iba perdiendo 2 a 1 cuando ya se jugaba tiempo extra y sólo un minuto para terminar el encuentro. Asumí, entonces, que la derrota era inevitable y apagué el televisor. Sólo después me enteré que una magistral jugada en ese último minuto le dio a Boca un empate.

Y Barcelona, en su último partido de la Liga Española del torneo 2011-2012, también iba perdiendo 2 a 1 cuando sólo quedaban un par de minutos por jugar en tiempo adicional. Decidí entonces que ya no tenía sentido seguir mirando el partido y me dediqué a otra cosa, por lo que no pude ver un gol de cabeza salvador con el que Barcelona empató literalmente al final.

Pero el caso más trágico (si es que puede usarse tal palabra en el contexto del futbol) ocurrió el pasado domingo por la mañana en el encuentro que el Manchester City debía ganar para salir campeón de la Liga Premier. Debido a la presencia de tres argentinos en ese equipo inglés, trato de mirar esos partidos.

El City tenía que ganar para obtener el campeonato, pero al comenzar a jugarse los cuatro minutos de tiempo de recuperación iba perdiendo 2 por 1. Por el tiempo que quedaba y por el claro nerviosismo y cansancio de los jugadores, esa derrota parecía un hecho.

Una vez más, decidí no seguir mirando y, como consecuencia, no pude ver en directo los dos goles que el City anotó en tres minutos y que le dieron el campeonato.

Sé que hablar de futbol parece algo trivial porque en la vida hay cosas más importantes que el futbol (pocas, pero las hay.) Pero me pregunto qué me estará pasando que me acostumbré a asumir la derrota y a no seguir el juego hasta el último segundo para saber realmente cuál fue el marcador final.

Quizá asumo que los minutos finales no tienen importancia y que la derrota no puede revertirse. Quizá creo que si no miro a mi equipo favorito perder, entonces no perdió (“Ojos que no ven, corazón que no siente”, dice el refrán.)

Quizá simplemente ya no tolero la excesiva comercialización de los partidos de futbol ni la mediocre capacidad de muchos relatores.

Sea cuales fueran las razones de mis malas decisiones como espectador de futbol, lo cierto es que las esperadas derrotas nunca sucedieron, a pesar de que yo estaba seguro que esas derrotas eran inevitables.

¿Habré transferido esa misma actitud pesimista a mi vida? Por las dudas, decidí releer al poeta argentino Almafuerte, quien comienza su poema ¡Piu Avanti! diciendo “No te des por vencido ni aún vencido”.

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