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“No conozco ningún filósofo…”

Francisco Miraval

Recientemente, durante una muy agradable cena de Navidad con un grupo de colegas, me senté frente a un hombre quien me asombró con sus conocimientos de música popular, cantantes, conciertos y canciones.

Escuchando a este nuevo amigo, quedó claro que su prodigiosa memoria le permitía recordar qué cantante cantó qué canción durante qué concierto en qué ciudad de Estados Unidos o México y cuándo. El amigo también proveyó innumerables detalles biográficos de muchos cantantes y de organizadores de conciertos, así como el estilo musical que ellos preferían.

Y luego llegó la primera pregunta inevitable: ¿Y a usted que música le gusta? “Tango, música clásica y jazz instrumental”, le dije. Si le hubiese dicho “Música alienígena de Épsilon 6 y jazz plutoniano” el asombro en su rostro quizá hubiese sido menor.

Tras recuperarse (sólo un poco), mi interlocutor lanzó su segunda pregunta inevitable, ¿Y a usted a qué se dedica?, quizá pensando, pero no expresando, alguna palabra irreproducible entre “qué” y “dedica”, o quizá tratando de encontrar alguna explicación a mi respuesta previa.

“Enseño filosofía y humanidades en dos universidades”, respondí. “Vengo del planeta Épsilon 6 y mi platillo volador está en el estacionamiento atrás del edificio” hubiese tenido un mejor efecto.

Su respuesta, sin embargo, me tomó por sorpresa: No conozco a ningún filósofo, me dijo el eminente conocedor de tanta música popular. Antes de que yo pudiese decir nada, mi nuevo amigo me explicó que, para él, la filosofía sólo significa confusión y que él por eso prefiere “las cosas prácticas y concretas de la vida”.

De allí en más, otras personas se sumaron al diálogo y la conversación se concentró nuevamente en las nimiedades y superficialidades de las que uno habla sin parar cuando uno no tiene nada que decir.

Pero la frase “No conozco a ningún filósofo” quedó taladrando mis ideas y rebotando dentro de mi mente, iluminando y apagando pensamientos como lo hacía la esfera metálica de los “flippers” de mi infancia.

¿Cómo puede ser que este hombre no conozca a ningún filósofo?, me pregunté. Una posible respuesta son las estadísticas de estudios universitarios, ya que sólo el 4 por ciento de los estudiantes de filosofía en Estados Unidos pertenecen a minorías y sólo el 1 por ciento de los profesores de filosofía son hispanos.

Por eso, mi amigo amante de la música tiene muy pocas posibilidades de encontrarse con un filósofo con quien él pueda sentarse a compartir una mesa de Navidad.

Otra respuesta es que filosofía y humanidades en general ya no gozan del atractivo que alguna vez tuvieron y continuamente se desanima (por ejemplo, en los sitios de Internet sobre carreras universitarias) a que los estudiantes sigan esas carreras.

Sea por las razones que fuere, la frase “No conozco a ningún filósofo” es tanto una confesión como un llamado de alerta, ya que indica que nosotros estamos dejando que otros piensen por nosotros y que ese hecho no nos molesta lo suficiente como para inspirarnos a pensar. ¿Y usted conoce a algún filósofo?

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