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“¿Te acordás, hermano, que tiempos aquellos?”

Hace tres años compré una cámara fotográfica digital con la esperanza de capturar buenas imágenes, pero la esperanza se frustró casi inmediatamente debido a que, a pesar de mis mejores esfuerzos, la cámara no funcionó como yo lo esperaba.

 

De hecho, esa cámara, de una reconocida marca, hacía ruidos al tomar las fotografías, no tomaba las fotografías con la calidad anticipada y, tras sólo unas pocas imágenes, ya dejaba de funcionar.

 

Con el tiempo, esa cámara fue reemplazada por otra mucho más sencilla y económica y la cámara original pasó a juntar polvo entre las cosas que uno no usa pero que, por motivos inexplicables, aún mantiene en algún rincón de la casa.

 

Aquella cámara, que en su momento me costó bastante dinero, quedó casi olvidada hasta la semana pasada, cuando, un poco por necesidad y otro por curiosidad decidí desempolvarla y ver si esa cámara todavía funcionaba.

 

Como no pude encontrar la tarjeta de memoria original, le puse una nueva, con mucho más capacidad de la que la máquina tenía hace tres años. Y entonces se produjo una increíble transformación: las fotografías ahora son nítidas, surgieron opciones para controlar los sonidos de la cámara, y uno puede tomar todas las fotografías que quiera, cientos y hasta miles, sin que la cámara deje de funcionar.

 

En definitiva, la cámara funcionaba perfectamente. El único problema que tenía era la falta de suficiente memoria y, por eso, limitaba su funcionamiento al mínimo. Una tarjeta de memoria de buena capacidad era todo lo que esta máquina necesitaba para mostrar todo su potencial.

 

La experiencia de tener una buena máquina incapaz de llegar a su máximo potencial por falta de memoria me hizo pensar en una situación similar en la que nos encontrarmos muchos de nosotros que no llegamos a nuestro máximo potencial por falta de memoria.

 

Porque cuando las urgencias del presente llenan toda nuestra conciencia entonces ya no queda lugar ni para la memoria del pasado ni para recordar los planes que en el pasado hicimos para el futuro.

 

La avalancha informática en la que vivimos arrasa con su paso vertiginoso todo lo que sea “viejo”, entendiéndose como “viejo” todo aquello que no esté de acuerdo con lo que esté de moda “en este momento”.

 

Tanta es la información a nuestro alrededor y tan manipulados somos por esa información que entramos en una especia de trance informático que nos produce una amnesia existencial, es decir, nos olvidamos de quiénes somos en realidad. Nos olvidamos de nostros mismos.

 

Tan grande es esa pérdida de memoria que no solamente nos hemos olvidado de nuestras propias raíces sino que incluso ya no tenemos ni memoria de la historia ni memoria de las tradiciones de nuestros antepasados.

 

Por haber perdido la memoria vivimos en constante mediocridad y, como mi cámara digital, nos conformamos con vivir en un rincón, automarginalizados y juntando polvo, sin pasado y sin futuro, a pesar de todo el potencial que tenemos.

 

Es hora de expandir nuestra memoria y alcanzar nuestro verdadero potencial.

 

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