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¿Qué edad tiene la esperanza y cómo se llama?

Francisco Miraval

Estoy cansado de asesinatos, ataques, golpes de estado, emboscadas, masacres y corrupción. La sucesión de hechos violentos y lamentables es tan rápida que parece imposible saber y entender quién hace qué y por qué y dónde. Por eso, en vez de sólo lamentar las tragedias, prefiero enfocarme en la esperanza. Y por eso pregunto qué edad tiene la esperanza y cómo se llama.

Recientemente, sin quererlo, me encontré con Pedro. No sé si ese es su nombre, pero es el nombre que me dio. Y me dijo que tiene 7 años. De su edad no tengo dudas.

Sea como fuere, Pedro (o como quiera que se llame) es una persona real, hijo de inmigrantes, que vive en una zona desfavorecida cerca de Denver. Y por esas vueltas de la vida, tuve la oportunidad de conversar con él.

Hablamos de todo y de nada durante algunos minutos, enfocándonos en la escuela, los hermanos, los amigos y luego en los videojuegos y las películas. Sus respuestas fueron hasta ese momento “Sí”, “No” y “Ahá”. Y cuando parecía que ya no había nada más para decir, Pedro me dijo: “¿No me va a preguntar qué quiero ser cuando yo sea grande? Todos me lo preguntan”.

Le dije que yo no le preguntaría nada sobre ese tema, pero que igual me gustaría escuchar la respuesta.

“Paleontólogo”, me dijo.

“Entiendo. ¡Qué lindo! ¿Entonces te gustan los dinosaurios como el T-Rex?”, le pregunté.

“No me gusta el T-Rex porque todos los conocen y tiene un nombre fácil de decir. A mí me gustan otros dinosaurios, como el braquiosaurio y el diplodoco.  Y hay otros con nombres más difíciles que ahora no voy a decir”, me respondió.

“¿Y entonces te gusta ese dinosaurio como placas en la espalda?”, fue mi siguiente pregunta.

“¿Quiere decir el estegosaurio? Sí, me gusta. Pero me gustan más los dinosaurios de cuello largo y los que tienen cuernos, como el triceratopos. Yo hago dinosaurios doblando y pintando papeles. Y también quiero estudiar volcanes, la lava y los meteoritos para saber cómo murieron los dinosaurios”, me explicó.

Le pregunté entonces cómo había aprendido tantas cosas sobre los dinosaurios en la escuela. Y me dijo que nada de lo que aprendió de los dinosaurios lo aprendió en la escuela, “porque en la escuela no hay ni dinosaurios ni arte”.

De hecho, lo aprendió mirando videos en YouTube y documentales en Netflix, y jugando juegos que además le enseñan matemáticas (por ejemplo, al comparar pesos o tamaños de dinosaurios) o lectura (por ejemplo, al tratar de encontrar cuántas otras palabras se pueden escribir con las letras de “estegosaurio”).

Con siete años, habiendo descubierto (posiblemente) la pasión de su vida, Pedro decidió educarse a sí mismo con los recursos a su alcance y sin esperar que se lo enseñen en la escuela. Y el resultado, como lo comprobé, es simplemente asombroso.

¿Hay esperanza para este mundo? La hay, siempre y cuando se respeten los sueños de todos los Pedros, para que ellos nunca pierdan sus sueños. 

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