Menu
header photo

Project Vision 21

Transforming lives, renewing minds, cocreating the future

Blog Search

Blog Archive

Comments

There are currently no blog comments.

¿Por qué confiamos más en la tecnología que en las personas?

En las últimas semanas han desaparecido varios mensajes de mi servicio de correo electrónico, tanto mensajes que he enviado como que debería haber recibido. Nadie me ha podido explicar las razones de la desaparición, pero las reacciones de mis interlocutores han sido muy reveladoras a interesantes.

Según parece, el problema no fue causado ni por virus ni por acceso indebido a la cuenta. Y tanto la empresa proveedora del correo electrónico como la empresa de servicios de Internet deslindan toda responsabilidad.

Pero lo cierto es que varios mensajes desaparecieron, algunos bastante importantes, incluyendo estos comentarios (si se me disculpa la inmodestia), así como respuestas a propuestas, previsiones de historias, traducciones y simples contactos con amigos.

Resultó interesante observar y analizar las reacciones de las personas que no estaban recibiendo mis correos electrónicos ni respuestas a los mensajes que ellos me enviaban, ya que casi todas esas personas, con muy pocas excepciones, asumieron que el problema era yo y no la tecnología usada para las comunicaciones.

Según unos, yo estaba demasiado ocupado como para contestar a los mensajes. Según otros, no tuve ni siquiera el interés o la cortesía en leer mensajes. Otros pensaron que mi empresa había dejado de operar. E incluso hubo quien sospechó que quizá yo me había ofendido quien sabe por qué y por eso decidí no hablar con esa persona.

Parece que nadie sospechó que hubo una falla en el sistema, en la tecnología. Pero tanto y tan ciegamente confiamos en esa tecnología que la consideramos omnipotente, omnipresente, infalible, indispensable e insustituible. Por eso, si hay un error o un problema, el responsable debe ser un humano y no una computadora.

Es más fácil asumir que alguien es irresponsable, desinteresado o descortés que pensar que quizá la falta de comunicación se debe a un problema en el medio empleado para generar esa comunicación.

Echarme la culpa a mí porque no respondí a mensajes que nunca me llegaron es como querer comunicarse con alguien que no habla español elevando nuestro tono de voz al hablar, como la otra persona repentinamente fuese a entender el español sólo porque hablamos más fuerte.

Si la incomunicación se debe al monolingüismo mutuo, poco se gana azotando los tímpanos del interlocutor. La respuesta, por el contrario, debe ser encontrar un método alternativo de comunicación, por ejemplo, un traductor.

Los problemas de incomunicación no se pueden resolver usando los mismos elementos que crearon el problema ni quedándose en el mismo nivel donde el problema se generó.

Dicho de otro modo, es necesario alcanzar o crear lo que el ecuatoriano Fernando Aveiga, candidato a doctorado en la Universidad Estatal de Iowa, llama “el tercer espacio”, un ámbito donde la comunicación se restablece no dónde se perdió sino a un nuevo nivel.

Creo que el primer paso en la creación de ese “tercer espacio” es confiar y creer más en las personas que en la tecnología. Si el correo electrónico no funciona, por favor no asumamos lo peor sobre nuestro interlocutor. Quizá él sea inocente.

Go Back