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¿Podemos por favor por lo menos tomarnos algo en serio?

La semana pasada leí una noticia sobre el hecho que cada vez son menos las personas que usan una Blackberry como teléfono celular debido a que esos aparatos no resultan tan divertidos como sus competidores. Parece que aunque la Blackberry fue creada para ejecutivos, esos ejecutivos ahora quieren más diversión en su trabajo.

También la semana pasada recibí la confirmación de dos clases a las que tengo que asistir como oyente como parte de mi capacitación continua como maestro de español. El docente a cargo de esas clases me pidió que postergase mi visita un par de semanas hasta que las clases fuesen “más divertidas”.

Debo confesar que me sentí molesto por esa insistencia en diversión. ¿Cómo puede ser que alguien no pueda hacer negocios a menos que use un teléfono divertido? ¿O que no se pueda ir a ver una clase a menos que sea una clase divertida?

¿Hasta dónde queremos que todo en nuestra vida sea divertido? ¿Y de qué diversión estamos hablando? Claramente de un egoísta no pensar, que nos lleva a olvidarnos de las cosas serias y a buscar una satisfacción personal e inmediata de nuestros deseos.

No estoy proponiendo una vida de tanta seriedad en la que no haya lugar alguno para la risa y el esparcimiento. Pero me opongo a una vida en la que la diversión (entendida en su sentido más bajo) sea el único criterio con el que se juzga la calidad de un producto, de una tarea o de un servicio.

¿Es un teléfono menos teléfono porque no es divertido? ¿O es un teléfono menos teléfono porque no contiene tantos elementos que crean adicción como otros teléfonos? Sinceramente creo que estamos confundiendo “diversión” con “adictiva y continua distracción”. Para solidificar esa afirmación, permítaseme compartir este ejemplo.

El pasado domingo, como millones de otras personas en todo el mundo, asistí a un servicio religioso en celebración de la resurrección de Jesús. Aunque mis años de estudio de filosofía y teología me han llevado a cuestionar muchos de los elementos del cristianismo tradicional, aún así cada vez que estoy en un servicio religioso sinceramente respeto la fe de los creyentes y participantes.

Pero en este domingo en particular, tan importante en el calendario litúrgico, me llamó la atención una señora sentada cerca de donde yo estaba que desde el primer momento del servicio (nada aburrido, por cierto) comenzó a usar su teléfono (uno de esos “divertidos”) para revisar sus mensajes.

Esta señora participó de cada actividad, parándose cuando había que hacerlo y cantando los himnos, pero nunca dejó su teléfono, ni siquiera en el momento de la comunión, uno de los más sagrados para quienes expresan esta fe.

La imagen de ver a esta señora con el pan y el vino en una mano y su celular en la otra, usando los dedos libres que el pan y el vino le dejaban para revisar los mensajes en su teléfono, revela claramente hasta dónde ha llegado la adicción a la diversión en nuestra sociedad.

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