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¿Para qué sirve aprender si el conocimiento se vuelve rápidamente obsoleto?

Francisco Miraval

“¿Para qué sirve dedicarle tanto tiempo y dinero al estudio y al aprendizaje si el conocimiento que se obtiene se vuelve casi instantáneamente obsoleto?”, me preguntó hace pocas semanas un joven estudiante universitario. No pude darle una respuesta satisfactoria en ese momento y tampoco la tengo ahora, pero su pregunta me invitó a pensar.

Desde una cierta perspectiva, el joven estudiante tiene razón, ¿Para qué gastar miles y miles de dólares en aranceles universitarios y pasar años dentro de las aulas si, cuando uno termina de estudiar, ese conocimiento ya no sirve? De hecho, podría argumentarse que ese conocimiento ya no sirve antes de comenzar a estudiar y que por eso se lo enseña.

Además, la manera tradicional de adquirir conocimientos (sentarse en un salón de clases a escuchar a un maestro o profesor) es ahora sólo una de las muchas maneras de acceder a conocimientos sólidos y actualizados, y, en muchos casos, incluso mejores que los conocimientos que se enseñan en las escuelas, colegios y universidades.

Quien quiera aprender idiomas, música, filosofía o el tema que fuera fácilmente encontrará información, videos y clases académicas en Internet, en muchos casos gratis o a precio reducido, por ejemplo, en Coursera.org. (Yo mismo uso Coursera para mis clases de desarrollo profesional, siempre con buen resultado.)

Y también podría argumentarse que todo el sistema educativo estadounidense (y, por extensión e influencia, occidental) ya no responde a las necesidades de los niños y jóvenes actuales, quienes, criados en un mundo tecno-científico y post-moderno, ya no se conforman a los patrones tradicionales de enseñanza y aprendizaje.

Por otra parte, parece que muchos títulos y carreras universitarias están desvalorizados y que los diplomas, aunque siguen siendo necesarios (se dice que dos de cada tres trabajos ahora requieren un diploma terciario), ya no tienen el impacto económico y académico que antes tenían. 

¿Para qué, entonces, estudiar? ¿Para qué y por qué separar a un/a niño/a de su familia durante 20 años o más, desde el pre-jardín de infantes hasta estudios universitarios de post-grado, para darle a ese/a niño/a conocimientos que cuando quiera usarlos de poco o nada le van a servir?

Tras reflexionar sobre esa buena pregunta finalmente comprendí que el problema es asumir que

“educación” equivale a “aprender conocimientos”. No quedan dudas que ese el caso en el contexto en el que vivimos, pero no siempre fue así. En la antigüedad, y aún hoy en muchos lugares y círculos, “educación” significa “buenos modales”, es decir, aprender a vivir con sabiduría, creatividad, fe y buena consciencia.

Creo, por eso, que los niños y jóvenes claramente advierten que la “educación” que reciben en escuelas y universidades no es en realidad “educación” (descubrimiento del potencial propio y cómo lograrlo), sino más bien “instrucción” (entrenamiento para una cierta tarea o función.)

La verdadera educación (que puede o no encontrarse dentro de las aulas) lleva a tal autodescubrimiento que, por eso mismo, nunca se vuelve obsoleta. Eso debí decirle a mi joven interlocutor. Confío que él lo descubrirá por sí mismo.

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