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¿Es usted esa misma persona o usted es otro?

Francisco Miraval

Recientemente me invitaron a realizar una presentación ante un grupo de padres y al terminar el evento una señora se acercó a hablar conmigo. Me dijo que ella había visto en un cierto periódico una columna escrita por alguien con mi mismo nombre y apellido y entonces me preguntó: “¿Es usted esa misma persona o es otro?

“Yo soy el presentador. El escritor es otro”, le respondí. Y antes de que yo pudiese expandir mi respuesta, la señora sonrió y se fue. Solamente hubiese querido explicarle que no hubo nada engañoso en mi respuesta.

Yo, el presentador, prefiero estar frente a un grupo de personas y buscar la mejor manera de interactuar con cada una de ellas para que al final de la presentación sientan que tuvieron una buena experiencia y que valió la pena estar allí. Al otro, al escritor, sólo le importa compartir lo que tiene en su mente. Nunca define su audiencia sino que a propósito la mantiene difusa.

A mí, como presentador, me gusta prestar atención a los distintos niveles de comunicación de las personas, tanto en cuanto a sus palabras como a su comunicación no verbal, especialmente sus gestos y miradas. Y si hace falta ajusto lo que estoy diciendo o hago preguntas para estar seguro de que estamos teniendo un buen diálogo.

El otro, el escritor, se encierra en su oficina y parece que sólo le interesa generar una comunicación unidireccional, desde su mente al lector, sin considerar quién ese ese lector o lo que el lector esté haciendo en el momento de leer lo que el escritor escribió.

Uno de los atractivos de hacer una presentación ante un grupo es que, sin importar cuán preparado uno esté, siempre sucede algo imprevisto para lo cual, paradójicamente, uno también debe estar preparado. Quizá un bebé comience a llorar, o suene un teléfono, o el micrófono no funcione. Y uno tiene que anticipar esos problemas y una miríada de otras potenciales interrupciones.

El otro, el escritor, no tolera interrupciones, Dice que le cuesta volver a concentrarse y que  con cualquier interrupción corre el riesgo de perder para siempre las importantes ideas que le vienen a la mente. Y tampoco tolera los imprevistos. Cada columna debe ser cuidadosamente pensada y escrita y debe terminarse a cierta hora y en cierto día. Y debe revisarse una y otra vez.

Es verdad que el escritor y yo compartimos el mismo nombre y apellido, que tenemos la misma edad y que estudiamos exactamente lo mismo en las mismas escuelas. Nuestra vida nos llevó a los mismos lugares y  compartir las mismas experiencias. Pero él escribe y yo no. A él le gustan las palabras y a mí me gusta la gente. A él le gusta pensar y a mí me gusta hablar.

Queda claro que sin el escritor yo, el presentador, no podría escribir esta reflexión. Pero sospecho que no es una relación recíproca, ya que me parece que él, si pudiese, se conformaría con vivir encerrado en sus pensamientos.

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