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¿Cuán grandes realmente somos (o nos creemos)?

Francisco Miraval

Recientemente miré un documental sobre el universo y en ese documental una vez más contaron la historia de las mediciones en la primera mitad del siglo pasado desde nuestra galaxia hasta Andrómeda, hasta aquella época considerada como una nébula dentro de la Vía Láctea. De hecho, se creía entonces que todo el universo estaba dentro de nuestra galaxia.

El documental me hizo recordar la primera vez que leí la historia de la medición de la distancia que nos separa de Andrómeda. Fue en libro El Universo, en el que el famoso escritor de ciencia ficción Isaac Asimov presentó una introducción a la historia de la astronomía desde sus orígenes hasta mediados de la década de 1960. El libro fue traducido años después al español y es entonces cuando lo leí.

Hasta hace poco menos de un siglo se asumía que todo lo que se veía en el cielo nocturno era parte de nuestra galaxia. No existía la noción de gigantescos objetos a distancias inimaginables fuera de la Vía Láctea. Como consecuencia, se creía que la Vía Láctea era, por así decirlo, sinónimo con el universo.

Pero los avances en ciencia y tecnología entre 1917 y 1943 permitieron determinar que, lejos de ser una nébula dentro de nuestra galaxia, Andrómeda era una galaxia como la nuestra, a unos 2,5 millones de años luz.

No todos los científicos aceptaron inmediatamente las nuevas mediciones e incluso entre quienes las aceptaron, muchos siguieron considerando a la Vía Láctea como la más grande de las galaxias en el universo. Debieron pasar años antes de que se comprobase que eso tampoco era correcto.

Dicho de otro modo, primero se asumía que nuestra galaxia era todo el universo y después, cuando se demostró que no lo era, se decía que por lo menos era la más grande. Y luego nos reímos de los antiguos que ponían a la tierra y más tarde al sol como el centro del universo.

De hecho, es probable que nuestro universo sea sólo una burbuja en el mar de multiversos, por lo que nuestro universo probablemente tampoco ocupe ningún lugar privilegiado. Pero para aceptar esa conclusión se necesita una fuerte dosis de humildad, algo que muchos de nosotros carecemos.

A nivel individual, nos comportamos como si fuésemos el centro del universo, o por lo menos el lugar central, más grande y más privilegiado. Todo lo demás es pequeño o “nebuloso” porque nos usamos a nosotros mismos para medir a los otros.

Pero luego surgen astrónomos como Heber Curtis, Edwin Hubble, Ernst Opik y Walter Baade que nos demuestran que nos creíamos lo más grandes y mejores sólo porque estábamos usando las medidas equivocadas y no porque realmente lo éramos.

De hecho, somos nada más que un insignificante grano de arena en la inmensidad cósmica, pero actuamos como si fuésemos los seres supremos, con tal nivel de arrogancia que creemos que todos nos tienen que servir, obedecer y adorar. Hasta que un día alguien nos “medirá” adecuadamente y nuestra ilusión de grandeza desaparecerá.

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