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¿Con qué productos o ideas nos estaremos engañando esta vez?

Frecuentemente les digo a mis estudiantes que desconfíen de cualquier producto o idea sobre los que exista un consenso favorable tan unánime que prácticamente impida el diálogo o la discusión. La existencia de ese consenso no significa que los beneficios de ese producto o idea sean los que se proclaman.

Por eso, les sugiero a mis estudiantes que tengan mucho cuidado cada vez que escuchan frases como “Todos sabemos que…”, “Ahora se sabe que…” o “Ya está comprobado que…” A veces esas frases adquieren un aspecto impersonal, afirmando que “la ciencia” o “el gobierno” o “la iglesia” o alguna persona famosa dicen esto o aquello.

El uso de tales frases indica que el diálogo, el pensamiento creativo y el disenso han sido suprimidos o mantenidos a un mínimo y probablemente reemplazados por hábitos o costumbres que, aunque ampliamente practicados, no siempre son tan beneficiosos como se los presenta.

Por ejemplo, desde el antiguo Egipto (hace ya cinco milenios) hasta épocas recientes (1970) era común usar plomo en pinturas y en cosméticos. Y desde el Renacimiento y hasta el siglo XVIII, se consideró que la mujer ideal debía tener la piel muy blanca, por lo que las mujeres se aplican en el rostro una pasta hecha con plomo y vinagre.

Como resultado, muchas mujeres padecieron de envenenamiento con plomo y de no pocas afecciones cutáneas. Para cubrir esas imperfecciones causadas por el uso del plomo, usaban más plomo. A principios del siglo XX varios países prohibieron el uso del plomo en cosméticos y pinturas. Estados Unidos hizo lo mismo recién en 1978.

Pero no siempre son las grandes mayorías quienes usan reiteradamente y sin saberlo un producto mortal. A veces los expertos también se equivocan. Por ejemplo, en 1884, Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis, publicó un ensayo a favor del uso de la cocaína.

Tan seguro estaba Freud de los beneficios de esa droga que no sólo la usaba él mismo, sino que se la enviaba a su novia y la recetaba a sus pacientes. Para su crédito, años después Freud cambió de opinión al ver los efectos nocivos que la droga tuvo en uno de sus amigos.

En otras ocasiones, la combinación de modas y tecnología puede ser perjudicial.

Por ejemplo, a finales del siglo XIX Wilhelm Röntgen (entre otros) comenzó a estudiar los rayos X (así llamados por Röntgen). Esta nueva tecnología hizo su aparición a partir de 1920 en un lugar inesperado: las zapaterías de Estados Unidos y Europa.

Más de 10.000 zapaterías instalaron rudimentarias máquinas de rayos X que operaban constantemente  para que los compradores pudiesen ver cuán bien les quedaban los zapatos que allí se vendían. Hacia 1950 comenzaron a detectarse los efectos nocivos por la radiación que emitían estos artefactos, que fueron prohibidos finalmente en la década de 1970.

Me pregunto qué productos o máquinas estaremos hoy usando todos los días con efectos tan perjudiciales como los recién ejemplificados, pero que usamos con confianza porque existe un acuerdo casi unánime sobre sus supuestos beneficios.

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