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¡Volvió Facebook! (pero fue gracias a la intervención divina)

“¡Volvió Facebook!” escribió una “pastora” (comillas sarcásticas intencionalmente usadas) el pasado lunes 4 de octubre luego de esa conocida red social dejase de operar por varias horas. Pero el mensaje continuaba con esta afirmación: “¡Cristo hizo el milagro! ¡Dios nos escuchó!”

Debo decir que estoy totalmente a favor de pedirle a la divinidad que intervenga en aquellas situaciones en las que parece que no existe otra solución que precisamente la intervención directa de la divinidad, es decir, un milagro. ¿Pero puede considerarse el regreso de Facebook a sus operaciones normales como un milagro?

Además, si Dios puede hacer el milagro de reactivar a Facebook, ¿significa eso que Facebook goza de una posición privilegiada ante los ojos de Dios y que si otra red social se cae entonces no habrá intervención divina?

Dicho de otro modo, ¿está Cristo tan preocupado que Facebook opere con normalidad que hasta hace un milagro para que eso suceda, quizá temiendo que sin Facebook no existe otra manera efectiva de compartir el mensaje de salvación?

Sea como fuere, debo confesar que la superposición de “Facebook” con “¡Dios nos escuchó!” me resultó (en el mejor de los casos) problemática porque revela hasta qué punto las redes sociales se han convertido en una especie de caverna virtual que, por estar allí encerrados, ahora se presenta como si fuese la totalidad de nuestra realidad.

Parafraseando a Wittgenstein (y pidiéndole que nos perdone), el mensaje de la mencionada “pastora” parece expresar que “los límites de mi Facebook son los límites de mi mundo”. Y aunque es imprudente apropiarse de las palabras de Wittgenstein, considero que esa equiparación entre “redes sociales” y “mi mundo” es para muchas personas una realidad.

Además, extendiendo a las redes sociales lo que Byung-Chul Han dice de los teléfonos inteligentes, se podría decir que las redes sociales, lejos de ser una tecnología de comunicación, son un mecanismo de control, con cadenas virtuales que cumplen las mismas funciones que las cadenas reales de las que hablaba Platón en su Alegoría de la Caverna. 

Sea como fuere, cuando alguien considera que una interrupción de los servicios de Facebook es tan dramática que se debe implorar la intervención divina y cuando alguien celebra la restauración de los servicios de Facebook como un milagro divino, una línea existencial se ha cruzado y algo (o mucho) se ha perdido del sentido de transcendencia. 

Pero no se trata solamente de la “pastora” de referencia, sino también de sus muchos seguidores, quienes agregaron numerosos comentarios respaldando y reafirmando de que Dios intervino a favor de Facebook. Pero nadie pidió una intervención divina similar para terminar con las guerras, la pobreza, las enfermedades o la discriminación. 

Vivimos en una época tan extraña que si se cae Facebook la gente inmediatamente reza para que Dios intervenga, pero si alguien se “cae” por los golpes de la vida, Dios ya no hace falta y esa persona (hambrienta, desamparada) debe resolver sus problemas por su propia cuenta. 

Necesitamos milagros reales en nuestras vidas, funcione Facebook o no. 

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